Venezuela está al borde de convertirse en la versión latinoamericana de Siria, pero la región –en lugar de promover una rápida y profunda mediación de conflictos- ha decidido jugar el juego del presidente Maduro. En verdad es un insulto a la inteligencia que Unasur diga que va a mediar en un no-conflicto entre Estados Unidos y Venezuela para decir que está ayudándola a salir de la crisis. Creo que es una obligación moral de los cancilleres de Unasur explicarle a la señora Delcy Rodríguez que EE.UU. no está interviniendo en Venezuela cuando cancela visas y cuentas de funcionarios venezolanos en su propio territorio. Para empezar, es su casa, tiene derecho a decir quién está invitado y quién no. Segundo, la medida solo afecta a 56 personas en total, incluidas las 24 visas canceladas en julio del 2014. Y fue una minúscula respuesta (dados los antecedentes estadounidenses) por los 43 muertos durante las protestas del 2014.
¿En verdad les parece esto una conspiración? ¿No les parece a los países de Unasur que se están poniendo en ridículo al reducir una crisis tan grave a defender los intereses de 56 personas con propiedades tal vez en Miami y cuentas jugosas en la Florida, que además se dicen socialistas, mientras miles no tienen qué comer?
Por eso me pregunto, ¿a algún país de la región realmente le importa la integración o, por lo menos la solidaridad –no con Maduro o el PSUV- sino con los venezolanos? A mí me llama la atención la actitud de tres países en particular. Colombia sería la principal damnificada si no hace algo y rápido, para solucionar la crisis en profundidad, recibiría miles de refugiados y, con ellos, personajes armados por el chavismo dispuestos a usar violencia en medio de la desesperación. Su desidia al apoyar la elección de un Secretario General de Unasur, tan relevante como anodino, le puede pasar factura. Brasil se ha disparado en los pies con su apoyo ciego y sordo al chavismo, deteniendo sus aspiraciones de liderazgo y expansión regional, sin contar con los problemas específicos de perder un fuerte aliado energético y militar
para detener el acelerado incremento del mercado negro y la droga en sus fronteras amazónicas. Y, por último, Ecuador, que ha trabajado tanto para disminuir y anular a la OEA e invertido tanto en Unasur y la Celac, pero insistido en volverlos entes hemipléjicos donde dominan la ideología y el sectarismo, en lugar de la necesidad y la razón. Alguien debería decirle al canciller Patiño que la diplomacia se inventó esencialmente para resolver conflictos y para evitar la guerra (en este caso interna), no para arengar a amigos en foros un poco
más grandes que los de su movimiento político. Unasur debe demandar –no
solamente exhortar– el diálogo entre las partes, la liberación de presos políticos, la no violencia contra manifestantes y si es necesario, mediar directamente para que eso se cumpla. Sino será un ejemplo más de mucha retórica, cero integración.