Se advierte efervescencia electoral de tal magnitud que, según el reporte de Ana María Carvajal (EL COMERCIO, 11 de abril): “A cuatro meses y cuatro días de que se cierre el plazo de inscripción de organizaciones políticas del 2017, aún hay 26 tiendas de carácter nacional que buscan un cupo para participar en los comicios generales y así sumarse a las 13 ya registradas”. Una simple suma: 13 ya registradas, más 26 que aspiran a participar, da un total de 39.
Anticipándose al evento, se cuentan con candidatos a la Presidencia ya proclamados: el primero, señor Guillermo Lasso, del Movimiento Creo; el Dr. Dalo Bucaram; el Dr. Lenin Hurtado, el Dr. Álvaro Noboa. Podría esperarse candidatos de Izquierda Democrática, del Movimiento llamado Conduce; otro, denominado Fuerza Compromiso Social, Avanza; y, también, alguien por Democracia Sí. En el horizonte electoral se menciona al exfiscal general, Dr. Washington Pesántez.
Evidentemente el partido Social Cristiano-Madera de Guerrero lanzará su propio candidato. El sector indígena, desilusionado de su cooperación a partidos y movimientos en el pasado, podría ir con candidato propio. Y así, cuántos otros podrían surgir, mientras de parte de Alianza País también contendería uno escogido entre el exvicepresidente Lenín Moreno, el actual vicepresidente Jorge Glas y la señora Gabriela Rivadeneira.
Los 26 grupos que aún no se han inscrito, recogen firmas, pues deben presentar un equivalente cercano a 8 millones de ecuatorianos facultados para votar (s.e.ú.o.).
De lo que se ha visto en el pasado, la ciudadanía ecuatoriana es dispuesta para firmar adhesiones, pero pueden adherirse solamente una vez; si lo hacen por dos o más candidatos, el control lo impide.
Si se considera esta realidad con ánimo positivo, cabe elogiar el entusiasmo de los aspirantes a obtener –vía elecciones populares- posiciones desde la Presidencia de la República hasta las diputaciones, alcaldías, consejos provinciales y juntas parroquiales.
Cuán importante es que haya tanta gente que espera captar posiciones para servir al pueblo desde esos lugares de privilegio.
Pero si se analiza el mismo fenómeno con otro criterio, cabe preguntar: ¿cuántos activistas quieren el poder para realmente servir al pueblo; y en particular, a los pobres, a los menos favorecidos, a los desheredados de la fortuna, a los indigentes y toda esa gama social que se enuncia en los discursos preelectorales? ¿Cuántos tendrán como norte personal obtener ventajas para ellos mismos, para grupos o para miembros de familia?
Al parecer, a numerosos ciudadanos comunes ya no les entusiasman los torneos electorales, ni creen en muchos de los enunciados redentores, pues década tras década surgen grandes ilusiones que no resultaron efectivas ni ciertas. ¡En política se puede tostar granizo!
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