Es apenas el 22 de octubre del 2010 y el presidente Rafael Correa recibe una llamada desde Buenos Aires, que muchos le anticiparon: es Néstor Kirchner, secretario general de Unasur, que le anuncia su decisión de renunciar irrevocablemente al cargo por el que tan apasionadamente negoció para él. Al día siguiente, el secretario Kirchner anunciaría con bombos y platillos su candidatura presidencial para las elecciones del 2011. “Claro que –dice el secretario Kirchner- no hay por qué apurarse, ya que tuviste la gentileza de dejar la Secretaría General de Unasur en la Argentina, puedo seguir despachando hasta que encuentren otro secretario general que, espero, sea antes de que tenga que inscribir mi papeleta electoral”. Una gran gentileza de su parte esperar hasta las inscripciones de agosto del 2011, después de todo, el cargo regional le había dado una luz que no tenía ya en la política interna argentina y había logrado callar todas las críticas opositoras de que no sabía nada de política exterior y mucho menos le interesaba la región. El cargo de Secretario General le sacó además el gusanito de los celos contra Eduardo Duhalde que fue padre fundador de la Comunidad Sudamericana de Naciones y encima secretario general del Mercosur y, de paso, logró que los uruguayos sufran la humillación de tener que soportar que sea precisamente él quien predique la creación de puentes entre naciones hermanas, justo cuando fue él y solo él quien apoyó y azuzó la destrucción de puentes entre Argentina y Uruguay durante la guerra de las papeleras. El prestigio que le dio Unasur por apenas unos meses bien valió el esfuerzo, es el sitio que estaba destinado para grandes líderes y mediadores como Lula, como Bachelet, como Rodrigo Borja o como Ricardo Lagos. Y lo ocupó él, a pesar de que cuando lo eligieron ni siquiera había hecho que su Congreso ratifique el Tratado Constitutivo, con todo y mayoría a su favor. Pasaron 18 meses sin que a él le interesara en lo más mínimo la famosa ratificación, a pesar de que él y sólo él manejaba el bloque oficialista. Pero pasaron también 18 meses antes de que el Presidente ecuatoriano y dos de sus cancilleres lograran con mucho esfuerzo los votos suficientes para elegir a alguien que no gozaba -ni mínimamente- de las preferencias diplomáticas sudamericanas. Por supuesto, muchos tuvieron la leve esperanza de que algún canciller caritativo de algún país de América del Sur presente un candidato mejor aquel fatídico 4 de mayo del 2010. La amistad de Kirchner con los países de la Alba dio definitivamente los frutos que esperaba en el frente externo, pero muchos más en el frente interno argentino, donde pudo trabajar sigilosamente su candidatura presidencial y los hilos del Poder Ejecutivo y Legislativo como nunca antes ningún líder argentino lo había hecho y, todo, siendo secretario general de Unasur. ¡Viva la Integración!