Con frecuencia las cosas más sencillas desvelan tesoros inagotables. Así ocurre con ‘La última cima’ (www.laultimacima.com), película de Juan Manuel Cotelo sobre un joven cura español, Pablo Domínguez, enamorado de su vocación y de las montañas. La película rompe con las reglas (o los estereotipos) del sector cinematográfico. Por aclamación popular resiste en las pantallas y es todo un récord de recaudación, algo raro en un documental… ¿Dónde está la razón del éxito?
Vayamos antes a la historia. Pablo Domínguez, de 42 años, hombre de enorme preparación académica y sencillez comunicativa, había participado en un foro pocos días antes de morir en el descenso del pico del Moncayo. El cineasta Cotelo estaba presente en el foro y quedó impresionado por la fortaleza y la ternura de un hombre que hablaba con gran lucidez, en el horizonte de la fe, de las cosas humanas.
La película fue un desafío, tratándose de la vida de un sacerdote. No hubo guión. Ni estrategia. Prácticamente un producto improvisado. Hoy, la productora se está adaptando a un ritmo vertiginoso de demanda, sorprendida por las encuestas a pie de calle: a pesar de que el momento no es el más propicio, muchos hablaban bien de los curas y todos desearían conocer a un buen sacerdote. La película presenta a uno. Sencillamente había algo que contar.
Por ‘La última cima’ se transita en medio del recuerdo agradecido de incontables personas por cuyas vidas un sacerdote pasó haciendo el bien. Tras las huellas de su Maestro. Se adivinan los rasgos de Pablo en el rostro conmovido de gente que abre sus puertas y su corazón a la cámara (el testimonio de sus padres y hermanos resulta especialmente conmovedor). Poco a poco se desvela el secreto de una vida que no se resigna a amores pequeños, sino que aspira al Amor Mayor. La suya es una historia de amistad sin exclusiones. Sin duda que este fue su gran tesoro: hombre de lealtad, sabía que solo permanece lo que se ama.
Quizá algo o mucho de esto intuye un público del cual fácilmente decimos que se alimenta de entretenimientos superficiales o del morbo de los escándalos. No es así. Las personas y los medios nunca desprecian el testimonio de una esperanza razonable, de una vida coherente, capaz de llenar el vacío y el hambre de verdad de muchos corazones. Vivimos inmersos en una cultura dominante que deja poco resquicio a la fe y esperanza. En algún momento tendremos que romper el cerco del desencanto. Una vez más he sentido con fuerza que hay palabras e imágenes que no pueden dejarnos indiferentes. De hecho, ‘La última cima’ propone amablemente y sin complejos otra forma de amar y de vivir. La decisión es de cada uno.