El pasado 15 de julio fracasó en Turquía un sorpresivo golpe de Estado. Pese a que una parte de las fuerzas armadas se tomaron por unas horas el Parlamento, interrumpieron las comunicaciones y controlaron zonas estratégicas del país, el golpe no prosperó. Su presidente, Tayyip Erdogan, con el apoyo de fuerzas leales y un amplio respaldo de la población, lograron sofocar el alzamiento.
Sin embargo, las retaliaciones que se han dado luego del fallido golpe militar preocupan a la comunidad internacional. No solo por el número de personas que han sido encarceladas sino también por una serie de acciones que ha tomado el presidente Erdogan a raíz de este hecho. A más de la clausura de cerca de 130 medios de comunicación, han sido destituidos cientos de jueces, profesores universitarios y funcionarios públicos.
Todos ellos, según el presidente turco, han sido parte de una conspiración nacional e internacional encabezada por el líder religioso Fetulá Gülen. Este clérigo musulmán, máxima autoridad de la cofradía Hizmet (equivalente en el catolicismo al Opus Dei), controla un imperio económico constituido por universidades, colegios y medios de comunicación. Sus posturas políticas y apoyo al anterior gobierno islamista de Necmettin Erbakan le llevaron a exiliarse en los Estados Unidos.
Aunque Gülen representa una postura ponderada del islamismo, condena el terrorismo, llama a la tolerancia y defiende la democracia, sus rivales le acusan de intentar socavar los cimientos de la secularidad con una oculta agenda confesional. Es decir, socavar los cimientos del nuevo Estado turco, republicano y laico con libertad religiosa, instaurado a inicios del siglo XX por Mustafá Kemal Atatürk. Atatürk es como el fundador de la patria, del cual Erdogan y los miembros de su partido (Partido de la Justicia y el Desarrollo – AKP, de sus siglas en turco) se declaran fieles seguidores.
Valga aquí una breve aclaración. Aunque esta diferenciación podría llevarnos a pensar que Erdogan representa una postura más occidental y de avanzada, basada en los ideales de democracia, mayor participación y respeto de los derechos fundamentales, en los últimos años ha tendido a moverse hacia posturas más conservadoras – confesionales. Al menos eso es lo que me comentaron recientemente unos colegas turcos en Estambul.
Es decir, Erdogan camina en sentido contrario de las reformas instauradas por Atatürk. Se aprecia una mayor islamización de la vida cotidiana, una progresiva desigualdad de género y un creciente autoritarismo. Sin embargo, pese al complejo escenario regional en el que se encuentra Turquía como es ser uno de los principales puntos de paso de la migración hacia Europa y una muralla de contención del yihadismo, Occidente ve con preocupación la reciente purga interna. En realidad, la actual situación política es y debe ser complicada. No obstante, eso no debería ser motivo para cometer excesos.
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