Terminó su Mundial y Sudáfrica celebra y hace cuentas. Ahora le viene el turno al Brasil y no sólo para el siguiente Campeonato de Fútbol (2014) sino también para la próxima Olimpiada (2012). ¿Cómo así un solo país y una sola ciudad -Río, la maravillosa- asumirá los dos eventos deportivos del planeta tierra, uno tras otro? Pues, parece que la revista Time no estaba muy chiflada cuando proclamó que un ex lustrabotas y ex obrero es el tipo más influyente del globo. Un Lula que es presidente -desde el 2002- de un ex país inflacionario y ahora la mayor de las potencias emergentes. Un personaje singular -vivaz, cordial, pero a veces indefinible e inquieto- que se abraza con Fidel y es buen amigo de Obama, sin olvidarse del polémico pana Mahmmud Ahmadinejad de Irán y de uno que otro dictador. Un Lula que si ya consiguió -con su verbo, simpatía e influencia- esas dos sedes, ahora avanza, sonriente y apurando de vez en cuando una copa de capirinha, en su plan de colocar en Planalto, como su sucesora, a una mujer y muy especial. Una Dilma Rouseff, que no es una carioca guapa y atlética. Es una ex guerrillera severa y explosiva -inteligente, trabajadora, primera vez ministra- con chance de ganar por sus virtudes, claro, pero sobre todo porque es la favorita del fenómeno Lula.
El rival de doña Dilma -puntero en las encuestas hasta mayo- es un ciudadano con mucha historia política, candidato ya en el 2002, ex alcalde de la bullente Sao Paulo. José Serra es, además, protegido del ex presidente centro derechista Henrique Cardoso, quien inició la recuperación brasileña. La campaña del opositor Serra es muy interesante. No ataca sino que elogia a Lula. Cuando los suyos le critican anota en voz baja “no soy tonto para fustigar al hombre más popular de este país y del mundo. Además, en verdad lo admiro pese a sus errores, contradicciones y sorpresas”.
Con Lula en acción, los dueños del fútbol mundial y de las Olimpiadas entregaron al Brasil y a Río las sedes más buscadas. En parte por la influencia del presidente y en parte porque Brasil se presenta hoy como el gigante -8 y medio millones de kilómetros y 200 millones de habitantes- convertido en una potencia económica que busca superar sus desigualdades. Un país que es invitado no solo al fútbol sino a todas las citas mundiales. Ah ¿y doña Dilma -si triunfa como parece- será hincha del coronel Chávez, según afirman algunos chismes internacionales? Lula dijo una vez que nada de eso puede suceder con un gobernante del Brasil del siglo 21. El fundador del Partido de los Trabajadores sigue definiéndose como hombre de izquierda, pero pragmático, que en el poder no se ha presentado como adversario -y menos enemigo- de la empresa privada y la prensa. Lo que está es feliz porque -pese a que no faltan los problemas- se va esfumando el viejo chiste de que “Brasil es y será siempre un país del futuro”.