El Gobierno ha intentado posicionar la idea de un turismo ‘solidario’ en el país, que ayude a la reactivación de la economía de las provincias más afectadas. Principalmente, en Manabí y en el sur de Esmeraldas.
La idea, en principio, no es mala porque logra canalizar esas ganas desinteresadas de ayudar que tiene el ecuatoriano y que se ha evidenciado desde el inicio de la emergencia. Pero qué tipo de turismo se puede hacer en una urbe como Pedernales, donde -por ejemplo- colapsaron los sistemas de alcantarillado y de agua potable.
Ahí, como en otros sitios de la Costa con daños, existían serios problemas antes del terremoto y ahora solo se han agudizado. No hay agua de forma regular, rellenos sanitarios, procesos técnicos de recolección de desechos, sistemas de agua lluvia, etc.
Quién se va a responsabilizar de garantizar las condiciones sanitarias y de seguridad para que el turista pueda disfrutar sin riesgos con sus hijos pequeños de los tres días de asueto declarados.
Si bien se ha hecho un esfuerzo enorme para habilitar plazas hoteleras que fueron dañadas y los servicios básicos, no hay que olvidarse que Ecuador enfrentó un terremoto de 7.8 grados de magnitud. Fue devastador. Dejó alrededor de 30 000 personas damnificadas.
Hay que ser conscientes de esa realidad porque si no se dan las garantías del caso, el turismo ‘solidario’ podría tener el efecto contrario. Es decir, que al constatar la situación en las zonas afectadas, las familias no quieran regresar a esos destinos turísticos.
No se trata de dejar de apoyar a los damnificados, ni mucho menos borrar a Manabí y Esmeraldas del mapa de destinos preferidos. Todo lo contrario. Los recursos, la ayuda y la solidaridad tienen que canalizarse a la reconstrucción. Esta será vital para superar los problemas que ya existían, así como para mejorar la infraestructura y mantener a estas provincias como polos de desarrollo turístico nacional e internacional.