Asistí al lanzamiento o relanzamiento de la Agenda Social del Gobierno. Estimulante la propuesta y los desafíos que plantea al país la ministra Jeannette Sánchez, funcionaria que consolida una imagen de ecuanimidad, madurez y solvencia técnica.
Sin embargo, por ahora este espacio no analizará dicha Agenda que tiene que ser discutida, pulida y apoyada. Sí emitirá impresiones sobre uno de los discursos pronunciados en el evento, el de Lenin Moreno, vicepresidente de la República, la figura amable del Gobierno.
Según una percepción ciudadana, la cualidad del Vicepresidente es su sencillez y moderación en el lenguaje. Su tono sesudo y dicharachero relaja no solo el espacio coyuntural en el que se emite su discurso sino el ambiente político en general. Muchos contrastan esta actitud con las tempestuosas sabatinas presidenciales.
No obstante, en esta oportunidad el Vicepresidente al acento tolerante añadió un tufo triunfalista. En varias partes de la alocución, la reiterada referencia a políticas, planes y acciones del gobierno, expuestos no solo como grandes logros, sino como exitosas medidas que se realizarían por “primera vez” en la historia de la patria, diluyó para mí la ecuanimidad vicepresidencial.
Desde que tengo uso de razón, tal vez con alguna sabia excepción, todos los voceros de los gobiernos de los últimos 40 años han echado la culpa de sus males y fracasos a sus antecesores, y todos se han erigido como iniciadores del “nuevo y único” momento de la vida nacional. Muchos se han autodefinido, visto y promovido como refundadores de esta ínsula. De hecho cada cuatro años, o cada dos o uno, luego de alguna elección, golpe de Estado o cuartelazo, el nuevo “Moisés” llegaba con sus tablas de la Ley bajo el brazo.
La “revolución ciudadana” no ha sido una excepción a esta tradición de la vieja política. Más aún la ha recreado a través de una prolífica y audaz propaganda mediática y de una sistemática invención de símbolos y discursos redentores, fundacionales, y mesiánicos.
El gobierno y sus voceros, particularmente los más ponderados como Lenin Moreno, tienen que variar de estrategia discursiva y práctica política si quieren realizar y sostener sus logros. El triunfalismo es el peor consejero ya que oculta los problemas, envanece y aísla en una burbuja de adulos, más aún a un gobierno en el que ya pesan sus casi cuatro años de ejercicio.
Un liderazgo maduro y asertivo asume sus logros con sencillez, los exhibe con discreción y toma sus problemas con serenidad, transparencia y valentía. Reconoce su transitoriedad y permanentemente recuerda que: “No hay nada nuevo bajo el sol”; que “Todo’ absolutamente todo es producto de un proceso anterior”; y que “En todos los aconteceres humanos hay continuidades y rupturas”. A veces más continuidades de las que creemos.