Por años, aunque el fútbol fue un deporte de masas, el Ecuador no pudo clasificar para un campeonato mundial. En 2002, sin embargo, lo hizo. El hecho no fue casual, sino fruto de una cuidadosa preparación. La selección nacional, popularmente llamada “la tri”, porque sus uniformes replican el tricolor amarillo, azul y rojo de la bandera ecuatoriana, fue acompañada en todo el largo proceso de partidos de la clasificación, por un inédito interés y apoyo del público, que creció cuando la clasificación se produjo.
Los encuentros eran transmitidos por la televisión y paralizaban al país. Oficinas, establecimientos educativos, bares, restaurantes y hasta el transporte, se centraban en la transmisión de los partidos. Por días, semanas enteras, la gente salió a la calle con la bandera tricolor y atuendos amarillo, azul y rojo. Muchos se pintaron la cara y el cuerpo con esos colores. Era frecuente ver que hasta personas desconocidas se estrechaban las manos para “hacer fuerza” o se dieran abrazos de felicitación.
Era la primera vez en años que la población nacional se identificaba masivamente con la patria y su bandera como símbolo, que se transformó en el elemento más fuerte de la identidad de un país que soportaba la más profunda crisis en décadas. Los ecuatorianos, que habían sufrido el empobrecimiento acelerado, el desempleo, los efectos de la migración, el robo de sus ahorros en el llamado “feriado bancario”, la reducción radical de su poder adquisitivo con la dolarización, encontraron que los éxitos deportivos eran la única buena noticia en años y la asumieron como un recurso contra los efectos de la depresión económica y sobre todo anímica.
Después de tanto desastre, del fracaso de los líderes nacionales, políticos y banqueros que llevaron al país al abismo, la “tri” permitió recobrar la confianza y la dignidad. Era una muestra de que no éramos un fracaso en todo y había cosas que podíamos hacer bien.
Mientras los poderosos habían desatado la crisis y la caída de autoestima nacional, un grupo de jóvenes surgidos del pueblo, los integrantes de la “tri”, le habían dado al país una prueba de confianza con la clasificación. Entre ellos, la mayoría eran deportistas negros, venidos sobre todo del valle del Chota y también de Esmeraldas, precisamente de las zonas más pobres del país, azotadas por el desempleo y la falta de educación y salud. A veces sin condiciones mínimas para entrenar, lograron lo que en otros países hacen solo deportistas que se preparan en las mejores condiciones.
Era paradójico que la Patria, que habían acaparado los grandes, hubiera sido reivindicada por los más pobres; por negros que eran “invisibles” en el escenario nacional. Pero eso solo nos confirma que la Patria es la gente común. No lo olvidemos ahora que vamos por una nueva clasificación.