Transitoria y perjudicial asociación la de los altos precios del petróleo con el populismo que soporta América Latina. Esa asociación desdibujó los límites del poder, puso en cuestión al Estado de Derecho, enturbió las perspectivas y alentó los sueños de grandeza.
Esa asociación coyuntural hizo pensar que habíamos llegado al paraíso, que era posible inaugurar otro mundo de espaldas a la realidad, bajo la errónea idea de que el Estado debía ser el rector de la economía, el gestor de la sociedad, el dueño de la cultura y el dispensador de la felicidad.
En poco tiempo, el sueño se ha disipado. Quedan en el camino dolorosas realidades. Las ruinas de Venezuela son un acusación dura y persistente al desastre que deja la feria de vanidades y el marxismo renacido.
El Brasil ya no es más el gigante y Lula ya no es el icono; la oleada de corrupción está destruyendo a todos los partidos y, primero, al inefable Partido de los Trabajadores, y al provenir de ese país, que, algún día, parecía liderar a América Latina.
Significativo el tema brasilero, porque allí, bajo inspiración del Foro de Sao Paulo, prendió los motores el Socialismo del Siglo XXI al inicio de los noventa.
Ahora queda en evidencia que sus tesis, “progresistas y revolucionarias”, son la causa de la liquidación de las instituciones. Argentina está pagando los desafueros del eterno peronismo que ancló el progreso de un país que, alguna vez, fue del primer mundo.
Chile enfrenta tiempos difíciles al ritmo de corrupciones familiares y de estudiantes que exigen la gratuidad general de la educación y otros imposibles, bajo una enorme e interesada equivocación, tras la cual se oculta el comunismo de viejo cuño. De Bolivia viene noticias en torno a líos familiares del peor gusto, y llegan ecos de la corrupción y de la tontería.
El Ecuador sobrevive entre la crisis que dejó el auge petrolero y su caída, entre la desconfianza y la incertidumbre, acentuadas ahora por las tragedias de la naturaleza, el diluvio de impuestos y los anuncios de nuevas leyes. En el Ecuador, como los demás estados clientes de esas ideas, sigue prosperando “la teoría de la culpa ajena”.
Lo que vive América Latina -cada país en mayor o menos grado- es la versión esperada de la quiebra del socialismo del siglo XXI. Es el resultado de la apuesta que el Foro de Sao Paulo hizo a un sistema superado por la historia, que cayó estrepitosamente con el Muro de Berlín. Es el costo de un acertijo.
No es la guerra mediática la que los ha derrotado y ha puesto en duros aprietos a sus pueblos. No son los culpables los enemigos externos, siempre difusos y fantasmales, reinventados ahora por Maduro y sus amigos. Es la cruda e indomable realidad. Es lo que ocurre cuando se cree que el Estado es la fuente de la felicidad.
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