Un domingo común, reunidos los familiares o amigos en los populares sitios para un buen cebiche y, como nunca, sazonados con política, con el comentario y la pregunta más común en esta época de elecciones: ¿y por quién votarás? Pregunta ante la cual se caldean los ánimos, se sube el nivel de la voz y cada uno expone y defiende con fuerza su propio abanico de posibilidades.
Propuse que estaba cansada de la mediocridad y de votar por el menos malo o, peor aún, en contra de alguien, pero no necesariamente a favor de mi ciudad, Quito. La confusión fue mayúscula porque creen que el voto nulo y/o el voto en blanco, se suman al ganador. Ninguna de las dos es cierto, pues, en realidad los dos marcan un punto. Aunque sí hacen diferencia el momento de contabilizar los porcentajes y cantidad de votos por uno u otro candidato, sobre todo con el actual método y situación de los inscritos.
Entre las variantes que escuché, llamó la atención el giro que tomó la conversación, como excusa para lo que sucedía; que el Juanito traicionó a César, mientras que el primero habría sufrido la traición del Guillo; que Antonio se unió por purita amistad con el Mauri; que el Milton, también traicionado, por alguien que nunca entendí quién era, se enlistó para traicionar, digo desenmascarar al Agus, en fin toditos traicionados y resentidos, unos con otros y todo para terminar en lo mismo de siempre.
Una variopinta mescolanza de políticos igualitos entre sí: vanidosos, ambiciosos, cualidad buenas en su justa medida, politiqueros y que con cuchara de palo le dan al de al lado, sin nunca preguntarse a sí mismos, tal cual son, si son tan santos como para acusar a los contrincantes.
Este es el epicentro del asunto. Viéndose al espejo, ¿se habrán preguntado lo más importante? ¿Habrá alguno que no ha se ha traicionado a sí mismo, no se ha ido en contra de sus principios? Estos últimos, valioso conjunto de reglas personales que no deberían trastocarse bajo ninguna circunstancia. Pero más valor tiene para ellos sentir el poder, el olor del triunfo, el sabor de la victoria antes que el respeto a sus filosofías y creencias políticas. Unos se unieron en contra de una persona y no a favor de la ciudad, sin importar el costo de la alianza, pues ojo, nada viene gratis. Otros, desesperados, se unieron al que más ofrecía sin preocuparles su manera de pensar y, peor, de actuar.
Esta es mi mayor preocupación, la unión y desunión de un pueblo, porque están a favor o en contra, más no por principios serios que demuestren autorrespeto y amor y dedicación al servicio de la ciudad.
Ese es el problema, como buenos quiteños, nos resentimos, nuestras personalidades son de oro y valen más todavía. Cada uno se siente más traicionado que el otro y resentido a muerte y, ese obsoleto sentimiento, sería el culpable de que se junten, como en una fanesca, cualquiera con cualquiera, sin importar sus principios. Bastaría para formar una alianza, hasta ahora en contra de alguien y no a favor de la ciudad, bastaría para que unos acusen a otros de haberlos traicionado.