El día a día a veces nos quita perspectiva. El presidente Moreno ha avanzado con firmeza y rapidez. Motivó la investigación nada menos que de su compañero de papeleta, por posible corrupción. La explicación correísta de que el objetivo era quitarse de encima a Jorge Glas ofende a la inteligencia, frente a las pruebas que se acumulan y que -digámoslo otra vez- seguramente no se habrían conocido si se mantenía el esquema de poder anterior.
Hay que reconocerle también la iniciativa de plantear, con una consulta popular, reformas al modelo gubernamental. No es todo lo que muchos deseábamos porque, si bien recoge temas político-institucionales, económicos y ambientales significativos, deja por fuera otros tan importantes como la Ley de Comunicación y la criminalización de la protesta social, que ha ofrecido recoger en otras instancias.
Tendemos a olvidar que se trata del heredero de un modelo híper presidencialista que, pese al desfase que casi siempre existe entre lo políticamente deseable y lo políticamente posible, ha ido bastante más lejos que lo que pudiera haber logrado el opositor más recalcitrante. Ha roto los límites de AP y logrado el apoyo de la oposición, un buen escenario para las numerosas reformas legales en camino.
La eliminación de la reelección indefinida es, sin duda, su carta política más importante y le permite poner en escena un planteamiento esencial: la ausencia de alternabilidad que da lugar a falta de transparencia y a la corrupción. Aquí hay un razonamiento de sentido común más que de marketing político.
Ha demostrado no ser el cuidador del quiosco que muchos hubieran querido, con encargos específicos para administrarlo. No ha eludido un enfrentamiento de alto riesgo, en parte por convicciones personales como aquella de que si no dices la verdad -sobre la economía, sobre las grandes obras, sobre la corrupción-, la mentira te alcanzará en poco tiempo, y en parte para cubrirse las espaldas frente a una herencia que se suponía irrefutable.
De paso, ha hecho pedagogía con quienes se quedaron en la estructura de poder -Gobierno, Asamblea- y estaban cómodos a la sombra de alguien que tomaba las decisiones por ellos y les daba exposición pública y política a cambio de lealtad. Algunos todavía no captan el mensaje: si crees que la realidad es diferente y que es posible corregir los errores, date la oportunidad o márchate.
Con todo esto, Moreno no ha resuelto aún el problema medular: la economía. Ha transparentó las cifras y también dio pasos para reducir el gasto público. Con seguridad el miércoles anunciará acciones alejadas de la ortodoxia correísta, basada en la bonanza y la deuda costosa. Otro riesgo que vale la pena correr cuando el clima de diálogo ya no es suficiente.
Se completará así la “traición” de Moreno a la megalomanía y a la fe del carbonero. ¡Qué grave!
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