Besar a una pareja no es un crimen. Besarla dentro de un taxi es hacer uso de un espacio privado para esa manifestación afectiva entre humanos. Así es. Pero la interpretación dada al beso dentro de un taxi entre una pareja de mujeres y la decisión del conductor de bajarlas de su automotor la noche del 27 de julio en Quito, preocupa.
El caso corrió la cortina de una tragedia en Ecuador. Sí. Es una tragedia que quienes se asumen en el papel de taxista utilicen como argumento criterios discriminatorios hacia las lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros, transexuales e intersexuales (Lgbti).
¿Cuáles criterios discriminatorios?
Basta mirar las redes sociales: “Cuánta victimización de los enfermos mentales”. “Después de ver a una de las lesbianas, sumado a que eran quiteñas, yo mínimo las sacaba a patadas”. “Yo mínimo les grababa”. “Lárguense grupos Lgbti”. “Por qué lesbianas y homosexuales piensan que tienen corona”.
Sí, mensajes discriminatorios de una sociedad homófoba. ¿Exageración? No. Señores. Hay homofobia arraigada. En 2013, uno de cada cuatro Lgbti reveló que al menos uno de sus familiares le había dejado de hablar. Seis de cada diez había sido víctima de discriminación y exclusión en el espacio público. Los datos son del INEC, de su estudio sobre las condiciones de vida, inclusión y derechos humanos de la población Lgbti en el país.
Y pudiera ser entendible, hasta 1997 el Estado criminalizaba la homosexualidad en Ecuador. Pero no más. Naciones Unidas insiste en poner fin a las violaciones de derechos humanos por identidad de género. La Constitución dice que nadie podrá ser discriminado por su orientación sexual; nadie; y plantea iguales derechos, deberes y hasta oportunidades para todos.
Pero la homofobia hierve. Y bastó la denuncia de la experiencia de una lesbiana en un taxi. No, no se trata de echar mano del COIP y encarcelar por delito de odio a todos los tuiteros (faltarían jueces). Se trata de algo más simple: de educarnos en tolerancia, que no es más que aceptar derechos y erradicar la violencia.