Un sentimiento de cólera e indignación embarga a los ecuatorianos, tras la captura en la Reserva Marina de Galápagos de un barco pesquero chino con 300 toneladas de especies vulnerables y en peligro de extinción.
No es para menos. El 13 de agosto, cuando esta embarcación fue interceptada por elementos de la Armada, se pudo constatar la existencia de 6000 tiburones sin aletas, entre otras especies endémicas de Galápagos. La alarma crece cuando se han detectado de parte de las autoridades otras 300 embarcaciones chinas en las inmediaciones de las islas, en el límite de la Zona Económica Exclusiva del Ecuador.
Según información publicada en la prensa, las flotas pesqueras chinas acostumbran a traspasar los límites del mar territorial de los países poniendo en serio peligro la continuidad de ciertas especies marinas. Ya hay denuncias de estos casos en Argentina, Chile, Colombia, México, Costa Rica, etc.
Pese a que los 20 tripulantes de la embarcación ya han sido juzgados, el daño está hecho. Es irreparable. Lo grave es que buena parte de las especies existentes en las Islas tienen un carácter único.
Las Galápagos fueron declaradas como Parque Nacional en 1959, como Patrimonio Natural de la Humanidad en 1978 y como Reserva de la Biosfera en 1985. Incluso en 1986 el mar que rodea a las islas fue declarado como Reserva Marina.
Sin embargo, los peligros y amenazas a su entorno no cesan. Si no es la introducción de especies foráneas, el aumento del número de turistas, el crecimiento de la población que habita en las islas (en muchos casos con poca conciencia ambiental) o el inadecuado manejo gubernamental, ahora son los pesqueros chinos.
Frente a ello la reacción de nuestra cancillería ha sido tardía y poco contundente. Al igual que en el caso de Venezuela, su postura ha sido deslucida. Somos el único país en el mundo que ha incluido en su Constitución los derechos de la naturaleza. Esta condición debería ser más que suficiente para tener una actitud mucho más enérgica frente a la pesca ilegal en la reserva marina de Galápagos e incluso para liderar causas ambientales dentro y fuera del país.
No obstante, el doble discurso les lleva a tomar otras decisiones. ¿Cómo ser severos con los chinos si son nuestros socios en proyectos mineros, hidroeléctricos y petroleros? En el pensamiento de Correa, Glas y sus acólitos el comentario sería el siguiente: ¿por qué se meten con los chinos si, pese a devastar el medio ambiente, nos dan plata para “reducir la pobreza”? ¿Qué pobreza, pregunto? ¿La de los que siguen aquí, peor que antes, o de los que han salido a hurtadillas para ponerse a buen recaudo de la justicia?
Esa es la cruda realidad que tenemos que enfrentar como nación y que tampoco puede soslayar el presidente Lenín Moreno. Rescatar la forma de hacer política para tomar decisiones acertadas. Eso es lo que hay hacer ahora en torno de lo que afecta a las Islas Galápagos.