Pasan los días, leo “El libro de un hombre solo” del premio Nobel chino Gao Xingjian. Me lamento, con él, con la humanidad cautiva bajo las garras del poder. De la aterradora “Revolución Cultural”, su crudo reverso. Como él, muchos creyeron en la revolución, de allí pasaron a la duda y a la rebelión; la rebelión a solas, la rebeldía revestida del miedo más profundo de ser delatado por tu propia mujer, por tu transpiración o la respuesta corporal incorrecta ante la proclamación de una nueva injusticia del Partido (siempre justificada en torno a los dictámenes del todopoderoso Mao y su ejército). “De este modo -nuestro protagonista- se convirtió en un individuo de dos caras, obligado a llevar la máscara desde que salía de casa, como se toma el paraguas en días de lluvia. Cuando volvía a su vivienda, cerraba la puerta y nadie lo veía, entonces se la quitaba para respirar un poco. De otro modo, la habría llevado demasiado tiempo y se le podría haber pegado al rostro…” Así, solo así pudieron subsistir aquellos que pensaban diferente, solo así supieron que no morirían torturados o “voluntariamente suicidados”. En China, en el lapso de 10 años (1966-1976) que duraría dicha “Revolución” murieron millones de personas, murieron, también de hambre, aquellos pobres campesinos a los cuales se les despojó de la comida cultivada por ellos mismos y que en su momento debieron entregar al ejército para su subsistencia. No pudieron siquiera salir a mendigar por las calles de Beijing, murieron tragando bejucos, estranguladas sus propias entrañas.
Xingjian escribe desde su exilio en Francia. Y lo hace con la fuerza del dolor sentido en carne propia. “Lo convirtieron en el enemigo público del pueblo”, comenta el protagonista, quizás él mismo. Y desde su exilio, en tierras libres, se vuelve a preguntar por la libertad. Y yo, y muchos otros, nos preguntamos lo mismo; de qué libertad hablamos cuando en nombre de la Democracia, un entretenedor como Trump fustiga (limpieza étnica pura y dura?) a la población latina que ha sostenido la mismísima economía estadounidense; un Maduro que en nombre de otra Revolución, la del Siglo XXI, persigue a quien no comulga con su credo malhadado que enmascara la perpetuación del poder y el mal manejo de fondos públicos hasta llevar al país a la quiebra. De qué Democracia, de qué representatividad hablamos cuando -oh ingenuos ciudadanos- creímos en el proyecto de nuestra propia Revolución Ciudadana y ahora vivimos pasmados la novela de un autócrata todopoderoso que resuelve como le parece, cuanto le parece.
Todos estos, de derecha e izquierda, son grandes ejercicios de totalitarismo. Al mundo, al ser humano, no le queda más que reinventar nuevas formas de accionar ciudadano, de asociación comunitaria y de ética.