Después de mucho tiempo de escuchar las palabras “equidad”, “control”, “vigilancia”, con las cuales se ha querido sintetizar al menos la parte principal del programa político vigente, las palabras “justicia” y “libertad” han vuelto a sonar en nuestro lenguaje político, y lo primero que se me ocurre es que deberíamos desempolvar el preciso sentido que en el Ecuador se ha dado a esos términos.
En efecto, mientras no haya una definición válida, cada cual es capaz de entender esas palabras como mejor le conviene. En el famoso sexteto de “Don Giovanni”, de Mozart (1787), que es un curioso canto a la libertad, encontramos un buen ejemplo de ello.
Para Don Giovanni, la libertad equivale a su libertinismo; para Donna Anna, la libertad solo podrá ser alcanzada en la esfera íntima si no se siente amenazada por monstruos como el mismo Don Giovanni; para Donna Elvira, se trata solamente de una categoría psicológica que equivale al equilibrio, a la “liberación” del recuerdo de su seductor; para Leporello, libertad es posibilidad de ascenso social hasta una posición semejante a la de Don Giovanni; para Don Ottavio, jacobino avant la lettre, es un concepto político equivalente a la virtud republicana y a una estricta justicia distributiva; para Masetto, la libertad tiene también un sentido político, pero significa liberación del poder de los aristócratas como Don Giovanni; Zerlina, en fin, no está segura de que libertad sea lo que ella más desea, pero aspira a ser “libre” de los tontos que no comprenden su intención de pasarla bien sin hacerles daño.
Dos años después de que fuera estrenada en Praga esta ópera, cuyo elemento cómico no alcanza a ocultar completamente el fondo trágico de sus principales personajes, los franceses se encargaron de dar a la palabra “libertad” un contenido más preciso: afirmación de la capacidad individual de tomar decisiones y expresarlas sin la mediación del Estado ni como juez ni como legislador de la conciencia. Tal fue el significado de la libertad para las doctrinas liberales, a través de las cuales se expresaron los intereses de la burguesía ascendente: ellas se encargaron, sin embargo, de dar a la palabra libertad un sentido adicional que permitía proteger las incontenibles iniciativas del capital.
Fueron los excesos y abusos de esta libertad entendida a la manera burguesa las que hicieron posible el nacimiento de las doctrinas socialistas, cuyo programa máximo incluyó la supresión temporal de las libertades a fin de hacer viable la construcción de la justicia. La buena intención de devolver la libertad a todos los individuos cuando tal objetivo fuera alcanzado se olvidaron muy pronto, sin embargo, y algunas sociedades fueron así hasta un extremo indeseable: supresión de todas las libertades en nombre de la justicia, olvidando que, en sentido dialéctico, la supresión de la tesis no implica su anulación, sino su absorción por parte de la antítesis para elevarla a un plano superior. ¿Es eso lo que ahora se nos propone nuevamente bajo el slogan “justicia social con libertad”?
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