No es el propósito de esta columna centrarse en el análisis de si el ex Alcalde de Cotacachi hizo políticamente bien o mal en sumarse como candidato vicepresidencial a la fórmula de Guillermo Lasso, de Creo.
Detrás de la participación del ahora ex militante de Pachakutik en la política nacional bajo ese movimiento hay otro ángulo que vale la pena discutir: su derecho a optar, como cualquier ecuatoriano y no como indígena.
En la reacción absolutamente prejuiciada y predecible de uno y otro lado subyace la apreciación de que Auki Tituaña ha pecado al salirse del redil, del andarivel, como si para un indígena fuera obligatorio participar en política de una sola manera, lo cual, si se revisa con detenimiento, no resulta cierto ni siquiera para los dirigentes indígenas más puristas, además de ser muy limitante.
Hagamos un breve recuento: a los indígenas les ha costado bastante participar en la política nacional. Después de su irrupción organizada en 1990, empezaron a ser un factor político difícil de ignorar por el poder. De cualquier modo, sus éxitos políticos han tenido que ver, más bien, con el desempeño de algunos indígenas como muy buenos administradores de gobiernos locales que como opción nacional.
Sus dirigentes se han equivocado cuando han escogido, como Antonio Vargas, el camino de facto o cuando han formado parte de gobiernos que luego han prescindido de ellos o han usado sus organizaciones para penetrar en un importante electorado, como sucedió con el ex presidente Lucio Gutiérrez o como pasa ahora.
Tampoco les ha ido bien cuando han intentado levantar una propuesta política propia, pues siguen siendo excluyentes. ¿Pero es posible para el desarrollo político del movimiento indígena seguir pensando en el purismo que supuestamente se autoexige su dirigencia, que además es corroborado por el prejuicio de otros sectores ciudadanos con actitudes de rechazo y comparaciones odiosas? Eso es seguir marcando y aceptando una ruta unidireccional que todos sabemos imposible, si lo que se quiere es una integración real en la política nacional.
Pareciera que la sociedad ecuatoriana cree a pie juntillas que un indígena no puede ni debe salirse del molde, y es incapaz de aceptar con tranquilidad que un dirigente indígena pueda optar por sus convicciones sin convertirse en un traidor, que no hay un código de barras que lo obligue a actuar bajo unos parámetros inamovibles, como sucede con cualquier ciudadano, y como sucede, por ejemplo, con indígenas que se han plegado a este Gobierno sin beneficio de inventario.
Los indígenas, al igual que cualquier otro ecuatoriano, pueden y deben hacer política en cualquier tendencia. Y, como a todos, se les debe reconocer lo que en la ortodoxia marxista -que sigue abundando en el análisis local- se llamaba origen y opción. El resto es prejuicio puro y facilismo intelectual.