Ya no caben dudas ni matices, solo cabe indignación y especialmente acción. Nicolás Maduro es un tirano de los que pensábamos que ya no existirían. Es un anacronismo, un supuesto de otros tiempos, y francamente también de otro planeta.
Empecemos por lo principal en tanto que ecuatorianos. Si poseemos un ápice de memoria – y de coherencia – debemos ser solidarios, hospitalarios y caritativos con los hermanos venezolanos que migren al país. No hacerlo nos convertiría en una nación de desmemoriados altaneros.
Recordemos nuestro fenómeno migratorio (que yo viví en carne propia porque también migré a España en el momento del éxodo). Recordemos los horrendos e interminables trámites de las visas, y de lo menospreciados que nos sentíamos al tener que rogar por un papel que nos permitiría viajar o permanecer apenas un año más. Hagamos memoria de lo doloroso que nos resultaban los casos de racismo, cómo hubiéramos querido tener los recursos para decir “pues me voy, no estaré donde no me quieren”, pero teníamos que agachar la cabeza y asumir que esas porciones de desprecio teníamos que pagarlas para que a nuestras familias les llegue la ayuda que les permitía resistir. No nos olvidemos del sentimiento tan brutalmente angustioso de saber que la tierra de uno no le permitiría construir un futuro, de sentir que para tener una vida digna había que pedir acogida en otros hogares. Recordemos la desazón de tener que aceptar el naufragio de nuestro propio país, y que en algunas miradas de quienes nos recibían se lea claramente el “provienen de huecos de m…, como ahora el presidente Trump explícitamente lo declara. Pensemos en cómo se sentía el buscar trabajo, y que abstracciones conceptuales humanas – como un pasaporte o una nacionalidad– nos impida pedir empleo en condiciones de igualdad.
Sobre todo, conmemoremos aquellos actos y gestos de acogida de numerosos españoles, italianos y europeos. No podemos olvidar cómo esas acciones altruistas hicieron toda la diferencia, literalmente cambiaron un mundo para quienes estaban en una situación de tristeza, distancia e incertidumbre.
Pues bien, nuestra hospitalidad y empatía deben ir más lejos. Porque Venezuela es un país mucho más cercano de lo que jamás fue Ecuador para España e Italia. Y, especialmente, porque la crisis de violencia, represión y escasez que les expulsa de su país es mucho peor que la que causó nuestro éxodo.
Parecería providencial que tan poco tiempo después de nuestra crisis el Ecuador tenga una oportunidad de demostrar lo aprendido. Nuestro deber frente a la tiranía es ineludible y el mundo debe juzgarnos en función de nuestras acciones. Fallar, agravar la miseria y desgracia de quienes vienen sería nosotros mismos convertirnos en tiranos.
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