La siempre dinámica ‘Enciclopedia de la Política’ del doctor Rodrigo Borja, obra inconmensurable y receptora de elogios alrededor del mundo (no tanto en Ecuador por el egoísmo idiota que nos caracteriza), define al caudillo como: “El jefe o conductor de un Estado, partido o grupo político, cuyo poder se funda principalmente en determinaciones individuales y no en principios ideológicos. Generalmente se entiende por caudillismo el ejercicio de un mando de naturaleza personal antes que institucional en el Estado o en la agrupación política… La voluntad del caudillo está por encima de la normativa jurídica de la sociedad o del grupo y se convierte en la suprema ley.”
En Occidente, el caudillo históricamente reencontró su espacio durante los períodos de formación de los sistemas democráticos, luego de la desaparición de la mayoría de imperios y monarquías. Sin embargo, con el tiempo, en los pueblos políticamente maduros, es decir aquellos que privilegiaron las libertades, la división de poderes, la institucionalidad y el respeto irrestricto a la ley, el caudillismo se diluyó ante la consolidación de los Estados de derecho.
Dice Borja al respecto: “El caudillismo es, sin duda, un rezago del pasado remoto. Es parte del subdesarrollo político de un pueblo o, en ocasiones, puede ser el síntoma de una grave patología social de pueblos políticamente desarrollados, como ocurrió con los caudillismos nazi-fascistas de Alemania e Italia…”.
El continente americano durante el siglo XX y los pocos años que llevamos del XXI ha sido tierra fértil para los caudillos. La mayoría de las naciones de este lado del mundo, más allá de ciertos momentos de madurez que por desgracia no se prolongaron por mucho tiempo, son aún jóvenes imberbes en lo que se refiere a sus sistemas y liderazgos políticos. Algunas naciones viven todavía la resaca del colonialismo feudal, y aunque vociferen con el puño en alto su aparente soberanía, no son sino una mala copia -un insultante garabato tropical- del sistema oprobioso de gobierno que nos impusieron nuestros conquistadores siglos atrás.
Y por supuesto que los caudillos siempre le echarán la culpa del atraso a los conquistadores, a las élites y a los gobernantes que les precedieron en el poder, aunque tales responsabilidades recaigan en personajes que ya no están con nosotros desde hace varias décadas, porque la verdad es que estos personajillos políticos solo tienen cabida en las sociedades más desiguales, allí donde predominan las injusticias sociales y donde se margina al último escalón de importancia a la educación y a la cultura, peligrosos estados intelectuales para cualquier cacique de pueblo.
Mientras tengamos caudillos gobernando estas tierras, no habremos cambiado nada. Seguiremos viviendo en el pasado, atorados en la inmadurez que nos impide abolir la tendencia crónica que tenemos por el individualismo mesiánico, en lugar de afianzar, de una vez por todas, verdaderos Estados de derecho.