Lo revela José Conceicao Santos: “Tras su arribo se dio cuenta de que los ecuatorianos “se volvían locos”, porque pensaban que en este negocio podían tomar comisiones” “El negocio aquí de las comisiones es muy grato”. (EL COMERCIO , 6 de agosto, 2017, Pág. 2)
Conceicao era jefe de la oficina de Odebrecht en Ecuador, encargado de obtener contratos para la compañía a la que representaba. Se trataba del proyecto de una refinería de petróleo en Manabí, sección El Aromo. Inicialmente, se pensó en construirla con el aporte de Venezuela, pero debido al desastre económico “revolucionario” de ese país, la cooperación venezolana se limitó a la ceremonia de colocación de la primera piedra, la foto y los discursos. Entonces, pensaron en China para esa inversión. Millones han invertido en obras iniciales, que están abandonadas.
El brasileño Santos, por supuesto, no hizo semejante revelación que nos llena de vergüenza, ni por remordimiento de su “concienciao”. Le habían estado exigiendo pago de coimas en billetes y sin constancia, lo cual le indujo a filmar y grabar las conversaciones ya que debía justificar tales pagos ante sus principales de Brasil.
Al ecuatoriano común se le empobreció hace 17 años, con el feriado bancario y la conversión del dólar a 25 mil sucres c/u. Toneladas de palabras, condenas y oprobios se han hecho –con toda razón- contra la llamada “partidocracia”. Pero llegó la “revolución” hace 10 años y el resultado es igual o peor: además de haber contado con alrededor de USD 300 000 millones de ingresos, nos ha endeudado por 58 000 millones más, hacia acreedores externos e internos.
La corrupción ha sido constante. Han creado organismos para vigilar pero en lugar de disminuir, la corrupción ha crecido y por cantidades mucho mayores.
Los organismos de control encargados no lo han hecho y se repite el sistema: los autores de los perjuicios se enteran a tiempo de que serán enjuiciados penalmente; los que alcanzan huyen del país y cuando ya están afuera se emiten las órdenes de prisión, aunque la regla se ha roto un tanto en algunos casos actuales.
Se nos cae la cara de vergüenza al verificar que la denuncia de la corrupción y sus casos concretos vienen desde afuera. Comenzaron con aquellos del campo deportivo; se extendieron cuando periodistas alemanes informaron de la existencia y operación de los paraísos fiscales; más tarde, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos hizo conocer que se han repartido un poco más de 33 millones de coimas en Ecuador; y, finalmente, los propios corruptores de Odebrecht revelan lo que lo tienen grabado en video y en audio.
Y el pueblo ecuatoriano, cuyo nombre se invoca, continúa pagando impuestos, incluso para la corrupción y con su misma pobreza y abandono.
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