En The Who -para los bárbaros, una de las más emblemáticas bandas inglesas de todos los tiempos- convergen varios de los elementos fundamentales del rock: el poderío, la rebeldía juvenil original, la titánica presencia escénica, la muerte y un ingrediente precursor, como la invención de los álbumes-ópera.
Primero está lo del poder. Les pido que se pongan a pensar (y a escuchar) la autoridad de The Who, muy rara para un cuarteto (normalmente, por su crudeza, los tríos suelen ser más pesados), el modo en que cada músico por su lado, y al final la combinación entre los cuatro, parece despedir electricidad. Y, claro, se trata de una pesadez muy distinta a la de sus grupos contemporáneos: una pesadez descarnada y más desordenada que la de Led Zeppelin, por ejemplo, porque la intensidad de Page, Plant, Bonham y Jones (un cuarteto, al final del día) se basa en la destilación del blues y en cierto grado de experimentación.
O una pesadez de distinta naturaleza que la de Jimi Hendrix (por lo general más apegado a los tríos), que siempre tuvo como factores de cohesión la sicodelia, la alucinación de su guitarra eléctrica y sus íntimas raíces en la música negra. O quizá en la estética de los Rolling Stones, siempre tan radicada en la inconformidad, en la sexualidad y en la celebridad. Vistas así las cosas The Who representa la carne cruda, el cuchillo a la yugular y como en casi cualquier banda de rock que se precie, no podía faltar la muerte por sobredosis, la de Keith Moon en 1978, cuando la banda estaba en su mejor forma.
The Who también significó una vuelta de tornillo en lo tocante a la presencia escénica. Estos señores ingleses perfeccionaron el arte de destruir los instrumentos sobre las tablas y contra los parlantes, al tiempo que de a poco Pete Townshend -aunque haya guitarristas más virtuosos- iba construyendo varios de los acordes más sólidos y memorables del rock, John Entwistle dominaba el bajo sin apuro y con flema, cuando Keith Moon se erigía en un batero de proporciones gigantescas y Roger Daltrey -enano maldito- avasallaba la atmósfera como pocos (quizá solo Robert Plant y Freddy Mercury se le podrían comparar). Esto explica por qué The Who fue atracción principal en tres de los más grandes festivales de todos los tiempos: Woodstock, Monterey Pop y el de la isla de Wight. En vivo este grupo es -debe ser- como un animal salvaje liberado de un largo cautiverio.
Y, por supuesto, está el arte de la ópera rock (como “Tommy” y “Quadrophenia”) dos álbumes unidos por temas afines, por la voluntad teatral y por el drama como hilos conductores. Si bien se podría debatir que The Who inventó la ópera rock o que siquiera exista un género o subgénero operático, no se puede negar que estos dos trabajos pusieron las estructuras y los cimientos para discos posteriores, como “The Wall”.