Probablemente a muchos de ustedes el nombre de Pío Baroja no les diga demasiado. Fue un escritor español de la llamada generación del 98, una generación de escritores y artistas que retrataron la España del primer tercio del siglo XX con una mezcla de palabras y de colores que iban desde la tristeza hasta la esperanza…
Una España nada fácil y poco amable, por oscura, atrasada y hambrienta… Con su crítica nos ayudaron a comprender mejor nuestra realidad y nuestra historia y a empujarla en la dirección de la modernidad.
Los países necesitan testigos veraces, no siempre cómodos, que iluminen con su prosa o con su arte el horizonte de la historia. En el fondo, Pío Baroja fue y es incómodo por su independencia crítica frente al poder, por su sinceridad y por su dignidad insobornable, en un país atrasado y pendenciero que se vio abocado a una guerra civil enormemente cruel. De Pío Baroja se decía que “podía ser honrado y sincero hasta la impertinencia”…
Su crítica y su pesimismo no eran una pose, sino una dolorosa constatación de la barbarie humana y una denuncia de la injusticia que parece salvar a unos pocos pero condena a la mayoría. Un pesimismo inevitable cuando uno sueña mundos mejores y se encuentra con la terca realidad que, por dura e inmisericorde, machaca al hombre, al tiempo que le corta las alas y le impide acariciar la libertad.
Aunque sean incómodos, necesitamos siempre ciudadanos críticos que nos digan la verdad, como los viejos profetas del Antiguo Testamento, que alzaban su voz a tiempo y a destiempo contra la injusticia y la prepotencia, dejando en las grandes tentaciones de un pueblo siempre dispuesto a vender su primogenitura por un buen plato de lentejas…
No hay nada peor que una sociedad inculta y complaciente con sus propias falencias, con su propio atraso. A Pío Baroja lo despreciaron y marginaron para intentar callarlo y librarse de él. Es el gran pecado de los poderosos: matar al mensajero pensando que así matan el mensaje… No es así, porque la verdad permanece y se aclara con el tiempo y florece siempre en la conciencia de los inquietos.
También nosotros necesitamos testigos lúcidos que, en esta hora, nos describan la realidad y desnuden nuestras contradicciones y nos llamen a comprometernos a favor del bien común, de la libertad y de la justicia. Cuando Martin Luther King decía: “Tengo un sueño”, no mecía su esperanza en las nubes, sino en el surco de una historia que hay que construir todos los días, allí donde el hombre trabaja, milita, ama, sufre y goza.
Cuando Jerusalén mataba a sus profetas, lo que estaba matando era la esperanza del pueblo… Su esperanza y su futuro. Por eso hoy, en medio de una sociedad globalizada desde los intereses del mercado y del poder, toca reactivar la utopía. Sólo podrán hacerlo testigos veraces. Semejante compromiso, antes que político, es ético.
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