Edward Snowden es el terrícola del año 2013, no cabe duda. Aun por encima del papa Francisco, que ya es mucho decir. Y también de don Pepe Mujica, el presidente uruguayo. Haber puesto en aprietos a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) no es poca cosa.
Cierto que el fisgoneo político es casi tan viejo como la especie humana. Pero hoy en día el desarrollo tecnológico ha ampliado su radio hasta niveles que ni Orwell llegó a imaginar. La sociedad se ha vuelto fácil de inspeccionar en cualquier ámbito, con cualquier propósito. La vida de cada quien deja en todo momento una huella digital, a partir de la cual se engorda la información del Gobierno o de organizaciones particulares, suministrada por los servicios de inteligencia o por los propios ciudadanos en cualquier acto de su vida diaria. Estos se han convertido en reveladores inconscientes de sus propias intimidades. Deja de ser gracioso para convertirse en trágico, el conocido cuento según el cual una persona llama para pedir una pizza y le piden que se identifique con su cédula. A partir de este dato, se conoce su estado de salud, su familia, sus preferencias gastronómicas y su situación financiera. Así, cuando encarga dos pizzas especiales y un refresco, el Gerente rehúsa atender el pedido porque los informes médicos del cliente registran diabetes y colesterol. Ojalá Snowden no tenga razón: “Un niño nacido hoy va a crecer sin la concepción de la vida privada en absoluto”.
Snowden prendió las alarmas. Miles de millones de datos privados van a parar a la NSA, todo en nombre, según se alega, de la seguridad. La visión optimista de los ciberutopistas acusó el golpe: no todo es Wikileaks ni Primavera Árabe en las redes sociales. Ha arrimado pruebas rotundas: las nuevas tecnologías no nos llevan derechito al Edén. Junto con sus innegables posibilidades liberadoras, también abren un camino ancho al autoritarismo, al permitir que la sociedad sea una gran vitrina en la que todos podemos ser escudriñados. De paso, en Venezuela. Nuestro Gran Hermano, con sus múltiples rostros, afila los colmillos y, no obstante la multiplicación de las evidencias, aún no es asunto que nos quite el sueño. Snowden ha colocado sobre la mesa planetaria un tema esencial: el significado democrático de la intimidad en el mundo contemporáneo a partir de la tensión entre los derechos ciudadanos y el interés colectivo, entre la privacidad y el bien común.
Venezuela se nos ha vuelto un susto. Todos podemos ser víctimas y todos podemos ser mirados como victimarios. La desconfianza forma parte del biorritmo nacional. La triste muerte de Mónica Spear es el episodio más reciente y visibiliza por un rato a más de 20 000 víctimas sin rostro. De nuevo el Gobierno hizo discursos y anunció medidas. Lanzó al viento promesas que no aceptan refutación. Una finta política más.
Perdón, pero es difícil ser optimista. Después de 15 años cómo creer que ahora sí. Las ideas siguen siendo las mismas. Imposible que den otro fruto.