Instantes

Aura Lucía Mera (O)

Visualizo. Hombres, mujeres, jóvenes, niños... En Portoviejo, Manta, Guayaquil, Bahía de Caráquez, Montecristi, Chone, Santa Elena, Calceta, Pedernales, Muisne, Canoa...

Habitantes de esas zonas bellísimas del Ecuador, atractivas para los turistas y viajeros amantes del mar, de la pesca, de las artesanías.Ese sábado 16 se debieron levantar, algunos ilusionados por el fin de semana; otros a sus negocios; unos más al mercado o a los centros comerciales, en busca de antojos para el paladar o deseos de regalarse algo personal.Debieron desayunar, descansar, reunirse a la hora del almuerzo en familia o con amigos, talvez después una siesta. Planes para la noche, ya con un cuarto de luna asomándose.

Ningún presagio para más de 650 personas, que no sabían que era el último día de sus vidas. Algunos estarían deprimidos, pensando que la vida es larga y dura. Otros llenos de ilusiones pensando en el futuro. O enamorados que hacían planes para el domingo. O enemistados por cualquier trivialidad. Enfermos, sanos, viejos, alegres o amargados... Todos vivos ese sábado.

Entrando la noche. Saliendo la luna, la tierra ruge y se estremece. En cuestión de segundos caen bloques enteros de cemento, vigas, techos, paredes de ladrillo hueco. Los cimientos de los edificios ceden. Automóviles quedan atrapados en medio de hierros retorcidos. Menos de un minuto que siega esas vidas, que cambia para siempre la historia de sus familiares y de sus pueblos.

Miro los videos. Leo las noticias que se suceden y que ahondan el dolor. Ya no son 28; luego son 100; vamos por más de 300. Escucho el ulular de las sirenas de las ambulancias, cobijas, revolver escombros con palas y palos, hacer minga para sacar un automóvil aplastado. Rescatistas improvisados salvando un joven de las entrañas del cemento y el polvo. Muebles caídos, lámparas rotas. Más de 650 vidas rotas para siempre. Mutiladas. Truncadas. La tierra, indiferente, se reacomoda sin enterarse del infinito dolor.

Pienso y me reafirmo una vez más que la vida son instantes. Vivir el presente a plenitud es lo único que podemos hacer. Como dice un poema: “... vanos son los fantasmas del futuro, si el momento presente está seguro...”.

¿Quién de nosotros tiene garantizado el mañana? ¿Por qué dejamos para otro día esa visita, esa llamada, ese gesto de ternura, esa mano tendida para el perdón? ¿El viejo vivirá más que ese niño que estrena vida? ¿Ese adolescente tendrá asegurada sus metas y las verá cumplirse?

Me duele en el corazón la tragedia porque Ecuador es mi segunda patria, donde tengo amigos del alma.

Sin embargo, sigo pensando en que lo único que tenemos es el presente. Para mí es este instante en que mis dedos teclean estas líneas, mientras el gato está arrunchado en la silla y una de mis hijas lee a mi lado.

Si viviéramos todos con esta certeza de que no solo somos instantes en el cosmos y que en cualquier instante podremos no existir, seríamos más dignos, más amables, más honestos. No dejaríamos para después las reconciliaciones ni nos atormentaríamos por cosas insignificantes. Esas lecciones dolorosas, trágicas y desconcertantes me ayudan a pisar firme en el principio de realidad. ¡Solo por hoy!

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