La crisis desatada en Irak a causa de las victorias militares de los extremistas que propugnan la creación del Estado Islámico y del Califato ha suscitado una grave preocupación internacional.
La derrota de Saddam Hussein y el ingreso de tropas extranjeras no resolvieron los problemas en Iraq. Poco o nada se avanzó en la reorganización y democratización del Estado. Presionado por la opinión pública nacional e internacional, Obama dispuso el retiro de sus tropas, sin que la situación mejorase. Entonces, los extremistas que promueven el Califato salieron a la luz pública, se proclamaron herederos de Al Qaeda y empezaron a teñir de sangre sus actividades étnico-religiosas. Su fundamentalismo ha “eclipsado la capacidad de proyectar terror” de los militantes de Al Qaeda. Su líder, Abu Bakr Al Baghdadi, ha llenado con creces el vacío dejado por Osama Bin Laden. El mundo está escandalizado por sus actos de inhumana crueldad: secuestros, decapitaciones y lapidaciones públicas.
Los primeros en sentir el efecto de esta extrema violencia han sido los habitantes del Kurdistán iraquí que, después de la caída de Saddam Hussein creyeron cercano el día de su independencia. Asediados por el Estado Islámico han pedido ayuda internacional y la están recibiendo -insuficientemente- de distintas fuentes.
La ONU ha advertido la posibilidad de una masacre de la población en Sinyar, asediada por los yihadistas, en el norte de Iraq.
Mientras tanto, la guerra civil en Siria -que ya ha causado cerca de 200 mil muertos, entre ellos más de 8 mil niños- no ha perdido un ápice de su virulencia. La Alta Comisionada de la ONU para Derechos Humanos ha criticado al Consejo de Seguridad por haber sido incapaz de disponer que se investiguen los crímenes de guerra cometidos por Asad, que incluyen el uso de bombas de gas sobre hospitales y civiles. Un nuevo ingrediente se añade ahora a la crisis: las fuerzas del Estado Islámico -¡que incluyen a más de 4 mil europeos!- han ejecutado públicamente a 200 prisioneros sirios. Estados Unidos ha realizado bombardeos limitados para detener los avances yihadistas. El Gobierno sirio comparte ese objetivo. Una de las grandes ironías de la política sería ver a Washington y Damasco cooperando con tal fin, cuando hace un año Obama estuvo a punto de bombardear al ejército de Asad y se abstuvo al último momento.
El uso de la violencia se propaga en todas partes: Israel y Gaza, Rusia en Crimea y Ucrania, Siria, Iraq, Libia, Sudán y Malí, las locuras de Boko Haram en Nigeria y de Kim Jong-un en Norcorea, junto a muchos otros conflictos menos visibles pero no menos graves, ensombrecen al mundo. El papa Francisco, lleno de angustia ética, ha resumido dramáticamente la situación al decir que la Tercera Guerra Mundial “ya está entre nosotros… en capítulos”.
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