Imagínese una olla de presión a la que se pone en una hornilla con una llama fuertísima y, cuando el vapor que bota es demasiado, en lugar de bajar la fuerza de la hornilla, decide poner bolsitas de hielo en la tapa de la olla. Algo así es la economía ecuatoriana en este momento.
Es claro que lo más sensato sería bajar la fuerza de la hornilla, pero hágales entender…
El sistema económico es la olla de presión a la que, cual hornilla en potencia máxima, se le está bombardeando todo el tiempo con más y más gasto público. Y así, gracias a una triplicación del gasto del Gobierno, está sobrecalentado.
Usted introduce una inyección inmensa de recursos en la economía y, como no hay capacidad de responder a un aumento tan enorme de la liquidez, una gran cantidad de esos recursos se van, al igual que el vapor, a las importaciones. Y otra parte de la liquidez se queda en el país, en los bancos, lista para ser prestada a cualquiera que solicite crédito, con tasas de interés artificialmente bajas.
Entonces, se decide que es demasiado el vapor que se pierde y que son demasiados los créditos que se conceden. Ahí aparecen las ‘bolsitas de hielo’ para la tapa de la olla de presión.
Se pone un Impuesto a la Salida de Divisas, para bloquear el escape de vapor, luego se traban las importaciones con aranceles e impuestos. Todo esto para que la gente no importe tanto (a pesar de que la causa es el gasto público, la ‘hornilla’). Y a pesar de tanta traba a las importaciones, estas no dejan de crecer, lo cual se explica porque la fuerza de la hornilla es mucho mayor que el efecto de una bolsita de hielo.
Y los precios suben, porque con tan tremenda inyección de energía, cualquier sistema se calienta. Entonces se amenaza con controles de precios, se crean subsidios a la harina y al transporte, se mantienen unos subsidios astronómicos a los combustibles.
Como era de esperarse, los créditos bancarios aumentan. Si en una economía dolarizada se multiplica por tres el gasto público, es bastante obvio que se dispare la liquidez y los créditos aumenten, peor si el Gobierno fijó tasas de interés artificialmente bajas.
Entonces se anuncian otras bolsitas de hielo para la tapa de la olla, se anuncian medidas para limitar un supuesto sobreendeudamiento, aunque es clarísimo que sería más eficiente bajar la fuerza de la llama.
Una llama que se alimenta de un altísimo precio del petróleo y de unos carísimos préstamos chinos, un gasto público que nos ha convertido en un país todavía más dependiente de petróleo, un país donde hasta la inflación cae si baja el precio del barril.
Pero algún día se acabará el gas que alimenta esta hornilla y, luego del sobrecalentamiento, el sobreendeudamiento, las sobreimportaciones, el sobreconsumo, vendrá una ola de frío glacial.