El honor es un concepto que se forjó en la antigüedad. Por eso, el mundo moderno parece comprenderlo cada vez menos.
Antes, las batallas se libraban con el cuerpo. Esa forma de combatir es la escuela de honor más grande que existe porque en la lucha hombre a hombre desaparecen las ambigüedades morales: se pelea por la supervivencia de uno y por la muerte del otro, sin miedo ni duplicidad.
En el campo de batalla –donde no existen jueces ni árbitros– el honor es el único recurso que puede salvaguardar la decencia de los hombres y evitar que la violencia extrema los degrade por completo. Quienes pelean entre sí quieren un final rápido y honroso para su adversario o para ellos mismos.
Las armas del soldado son consubstanciales a su honor. En “El banquete”, Alcibíades –un militar que después traicionó su código de honor– elogia a Sócrates por haber salvado su vida y también sus armas. Alcibíades se refería a su escudo, llamado hoplón, símbolo máximo, junto con su lanza, del hoplita.
Perderlo en batalla era una deshonra porque significaba que el guerrero había sucumbido al miedo y al descontrol. En “Moralia”, Plutarco cuenta que una madre espartana le dijo a su hijo: “Vuelve con él o encima de él”, refiriéndose a su escudo y a que, vivo o muerto, ese escudo no podría ser perdido por su hijo.
La invención de armas cada vez más sofisticadas –con gran capacidad de alcance y alto poder de destrucción– ha cambiado el concepto del honor en la batalla, precisamente porque ahora se puede matar desde muy lejos.
El advenimiento de la modernidad y, concretamente, del romanticismo hizo aún más borroso el código de honor de las personas. Los románticos se sometieron a duelos que, con el tiempo, fueron convirtiéndose en actos simbólicos antes que formas de lavar la honra con la sangre del otro.
Con su gusto por lo que está en cambio permanente, el romanticismo dio al honor ese cariz transitorio y en construcción que tiene hoy en día aquel concepto.
Porque ahora solo se habla de honor pero no se actúa con honor, como antes era exigido. Las figuras públicas abusan de esa licencia golpeándose el pecho y exigiendo reparos cada vez que su supuesto honor ha sido mancillado. Seguramente no entienden que el honor está hecho de acciones y no de gestos grandilocuentes. Tal vez no sepan que el honor se lo defiende en solitario y no con ayuda de diligentes escuderos.
Los tiranos siempre han querido robarle el honor a sus antagonistas porque saben que eso equivaldría a quitarles su humanidad y a convertirles en seres abyectos como ellos. Desde la antigüedad, los tiranos han entendido que una persona de honor es un adversario formidable porque es capaz de actos heroicos y extraordinarios imposibles de replicar.