La lectura de algunas obras de Gregorio Marañón, que penosamente han desaparecido de nuestras librerías desde hace mucho tiempo, copó largas y apasionantes horas de mi juventud. Médico de gran prestigio y destacado y ameno escritor, utilizó sus conocimientos sobre endocrinología -ciencia en la que se especializó- para el análisis de los personajes históricos cuyas biografías escribió. Hace poco releí, con interés renovado, la dedicada a Tiberio, el polémico emperador romano, que es para él “un ejemplar auténtico del hombre resentido”. ¿Qué debemos entender por resentimiento? Es -nos dice- una fermentación de las pasiones que estalla, cuando menos se espera, en formas arbitrarias de la conducta.
En el segundo capítulo de esta biografía, que ha sido calificada de clásica, Marañón sistematizó su teoría del resentimiento. Intentaré resumirla destacando lo esencial. Ante una agresión de los demás o de la vida, los hombres reaccionan de distintas maneras: en unos, el dolor es transitorio, se desvanece con el paso de los días o, en caso contrario, se transforma en resignada conformidad; en otros, en cambio, permanece y queda empozado en el fondo de la conciencia, muchas veces inadvertido, incubando y fermentando durante largo tiempo, hasta convertirse, ya como factor determinante de la conducta y hasta de las más mínimas e insignificantes reacciones individuales, en acritud y acidez.
Esa reacción no depende de la intensidad de la agresión sino de las características de la persona que la sufre. El resentimiento, que suele germinar en la adolescencia, es una pasión de reacciones tardías, con largos períodos de incubación desde el momento de su nacimiento hasta el de su manifestación social. El resentido (memoria contumaz, inteligencia, hipocresía, humorismo burdo y cruel) es incapaz de ser generoso y, por tanto, está mal dotado para el amor. “Es muy típico de estos hombres, no solo la incapacidad de agradecer, sino la facilidad con que transforman el favor que les hacen los demás en combustible de su resentimiento”. El amigo y confidente de hoy puede convertirse sin transición en el enemigo irreconciliable de mañana.
El resentimiento, que expresa una sensación de inferioridad y fracaso, no desaparece con el éxito o el poder. Es incurable. El éxito y el poder solo constituyen para el resentido una mínima compensación frente a todo lo que en su ambición cree merecer. Cedo aquí la palabra a Marañón: muchas veces, dice, “al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora. Porque el triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento; y esta justificación aumenta la vieja acritud. Esta es otra de las razones de la violencia vengativa de los resentidos cuando alcanzan el poder’ Llegado al poder, el resentido es capaz de todo”.