En uno de sus ensayos, Vargas Llosa sostiene que un terrorista nace el momento en que alguien se convence de que puede matar a otro en nombre de una idea. Rachavol, el anarquista que arrojó una bomba en un café parisino repleto de gente es, según el escritor peruano, un claro ejemplo de aquello.
“¡Nadie es inocente!”, habría gritado Rachavol antes de lanzar el explosivo, como para justificar la muerte de todas esas personas. Este terrorista no era, pues, alguien que actuaba enajenado por una pasión, sino un hombre que habría seguido algún razonamiento que le llevó a concluir que su causa era suficientemente justa como para matar a otros. Irónicamente, el sitio se llamaba el Café de la Paz, un lugar donde artistas, escritores y toda clase de librepensadores se juntaban para charlar.
Esta vez, las bombas fueron detonadas en la Maratón de Boston, la carrera que tiene más de un siglo de vida y que desde hace décadas ha cobijado a deportistas de todas las razas, edades y procedencias. Durante 42 km todos ellos han competido en igualdad de condiciones, buscando un solo objetivo: llegar a la meta final.
Deportes olímpicos por excelencia, las maratones y las carreras de fondo son episodios inolvidables porque en ellos se pone en evidencia la capacidad del espíritu humano para superar las limitaciones de su cuerpo. En este sentido, aquellas competencias atléticas son verdaderos himnos a la libertad del hombre.
Maratón tiene también resonancias históricas y culturales importantes. Hace 2 500 años, en una playa que lleva ese nombre, los griegos expulsaron por primera vez a los persas y evitaron, con ello, que invenciones tan importantes como la democracia quedaran en el olvido. Maratón fue, pues, un hito clave en el proceso de construcción de la cultura occidental.
Tres personas, entre ellas un niño, murieron en vano por causa del atentado en Boston. La Policía de Massachusetts asegura que los principales sospechosos son dos jóvenes de origen checheno. Al menos uno de ellos -el que todavía sigue vivo, mientras escribo esta columna- ha dicho que profesa la religión del Islam.
El fanatismo religioso ha sido fuente de inspiración permanente para el terrorismo. Es que pocas cosas son tan peligrosas como una idea convertida en objeto de culto.
El islamismo es impermeable no sólo a las ideas laicas y racionalistas de occidente sino inclusive a otros cultos religiosos. Por ejemplo, un ‘infiel’ no es solamente alguien que no cree en Alá, sino también alguien que cree en otro dios. Ese ‘infiel’ bien puede merecer un castigo que pueda incluso conllevar su muerte.
Cuando alguien corra una maratón, talvez deba hacerlo pensando que lo hace también por defender la civilización y la libertad.