Tedio y nostalgia

Debe ser un patológico caso de aburrimiento que afecta como pandemia a los frentes políticos. A los gubernamentales, que son uno solo, y a los de la oposición, que son varios, pero que solo requieren un candidato invencible para las elecciones presidenciales de 2017.

Las legislativas importan poco y las listas se arman en menos de un mes. Eso significa que no hay problemas coyunturales o de mediano plazo y que de existir son de menor cuantía y no interesan a los que ya mandaron a tejer la cinta tricolor que lucirán en sus impolutos pechos.

No importa, por tanto, la temática jurídica que implica la vigencia del nuevo Código Penal Integral o la decisión al respeto de la Corte Constitucional; el borrador de las reformas históricas a la legislación laboral o convertir a los municipios en meros recolectores de desechos como tampoco el peligro del dinero electrónico y las posibilidades reales de una convertibilidad inmediata.

¡No importa ¡Eso corresponde a la burocracia y lo máximo que se puede es expresar una opinión en un boletín de prensa. Lo importante es prepararse para las próximas elecciones a pocos meses de que se ha iniciado un reciente período.

Esta alteración del clima político es unos de los nocivos efectos de lo que significó el 23 de febrero.

A los presidenciales y a sus asesores tampoco les interesa el capítulo final de las negociaciones con la Unión Europea o el contrasentido que significa admirar las principales universidades de EE.UU. y que en el Ecuador se prohíba los aportes privados deducibles como existen en esas históricas academias.

Por supuesto que poco importa que se retire la agencia antinarcóticos de los EE.UU. que los carteles valorarán debidamente.

Es posible que por motivos inexplicables la juventud olvide la grandes enseñanzas que dieron la estrategia concertadas del pasado, pues desconocen que sin planificación gubernamental y equipos adecuados los San Juan Bautista caen al primer velo de la danzarina.

El colmo es que ignoran la experiencia política de Capriles en Venezuela, cuyo equipo no solo pretendía la sucesión de Chávez sino gobernar con planes elaborados por todos los que se sentaban en una mesa de varias sillas. No en una sola y los demás de pie.

Ante un panorama tan deprimente del quehacer político la desazón abruma más con la partida de Raúl Baca Carbo.

No solo porque fue el jefe parlamentario que logró subsanar una peligrosa pugna de poderes; tampoco por ser un cauto y austero ministro de Gobierno o el actor sensato en los difíciles momentos de inestabilidad que imperaban antes del advenimiento del Mesías.

En el fondo, la nostalgia es por ese ciudadano y amigo con el que era una suerte encontrarse en la calle, el del abrazo fraterno y de aquella mirada que a veces transmitía advertencias y hasta presagios. No solo es su excelente hoja de servicio a la democracia, es su ausencia en estos momentos la que más acongoja.

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