En el siglo XVIII, la ceremonia de tomar el té estaba ya instalada en la vida inglesa. Cuando esa ceremonia se hacía en una fiesta, la llamaban, como hasta ahora, ‘tea party’. No es extraño, por ello, que uno de los productos que comerciaban con sus colonias de América del Norte fuera el té que explotaban en India y China.
Cuando los insurrectos de las colonias americanas contra la corona británica protestaron por los impuestos que pagaban, entre otros por la importación de té, desafiaron al poder colonial tomándose disfrazados los barcos que traían el producto y lanzando al agua un valioso cargamento de té. Para los ingleses fue un golpe a su orgullo y a su bolsillo. Para los americanos representó un acto de rebeldía y el detonante de su guerra de independencia. Así se consagró el Tea Party, que es para los estadounidenses un acto simbólico ligado a la fundación de su país.
Ya antes se ha usado el término para designar a núcleos políticos. En los últimos años, ‘Tea Party’ es un agrupamiento de extrema derecha que enfrenta la “amenaza izquierdista” o “socialista” del presidente Barack Obama. Son una suerte de “ala derecha” del Partido Republicano, que se opone a los migrantes, apoya posturas extremistas de desempleados blancos, exige recortes en el gasto social, lucha porque se exonere de impuestos a los más ricos y propone eliminar reformas a la seguridad social.
Solo a los muy ilusos les llamaría la atención que el gobierno del presidente Barack Obama no ha sido, ni de lejos, todo lo radical que parecía. En realidad, ha hecho algunos cambios, sobre todo de estilo pero, aparte de la reforma de la seguridad social, poco o nada ha logrado en términos progresistas. Allí están, para muestra, su política hacia el Medio Oriente y América Latina, su incumplida oferta de cerrar las prisiones de Guantánamo, su poca voluntad de frenar el gasto militar excesivo.
Podrá decirse que Obama ha sido víctima de una crisis económica generada por el neoliberalismo exacerbado de su antecesor Bush, y que no ha tenido suficiente tiempo para su proyecto. Es verdad. Pero el resultado es que su administración es bastante menos progresista de lo que sus partidarios moderados pensaban. Y lo más preocupante es que sus tímidas posturas han levantado una ola reaccionaria, que se expresa en los triunfos de los republicanos y del Tea Party en las últimas elecciones intermedias.
Todo parece indicar que aún el moderado proyecto de Obama va a frenarse con la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y la presión del Tea Party. Quizá la única expectativa es que si la gente de Tea Party impone una candidatura presidencial extremista de derecha, aún el conservador y asustadizo electorado estadounidense preferirá el “centro” y reelegirá a un Obama exorcizado y dispuesto a negociar con su oposición.