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En tiempos de la anterior administración municipal, en esta columna, en menos de un párrafo hacía alusión al problema de la contaminación de los ríos de la ciudad. En esa ocasión hubo una réplica de parte del portavoz de la empresa municipal aludida, cuya extensión era mayor al tamaño del artículo en su totalidad, en la que se mencionaba la serie de proyectos que estaban en marcha para remediar semejante problema ambiental.
Pasados cinco meses que esas autoridades dejaron sus cargos, si se transita a Cumbayá y se dirige la vista hacia el lecho del río, se aprecia que el problema sigue intacto. No se perciben las aguas, solo una espuma sucia y pestilente se mira abajo del puente, las que continuarán su curso repletas de los residuos que expulsa la ciudad. No será el único caso, todos los ríos en similares proporciones estarán contaminados y esas aguas, si no reciben el tratamiento adecuado, no pueden tener ningún uso. En la respuesta de la administración de ese entonces, se mencionaba una serie de trabajos que se encontraban unos en estudio y otros en ejecución. Qué bueno que el problema sea atendido, pero lo importante es que se lo haga con la premura y oportunidad del caso y en las dimensiones que semejante tarea exige, caso contrario lo único que se realizan son medidas paliativas que no alcanzan a resolver en su integridad un asunto de semejante trascendencia.
La realidad que la recuperación de las aguas de los ríos demandan inmensos recursos y es una obra que, como no está a la vista, difícilmente se encuentra entre las primeras prioridades de los políticos. Viene a la memoria el problema de la Bahía de Guanabara, en esa hermosa ciudad de Río de Janeiro, que ha recibido atención de las autoridades por cuanto allí se realizaron juegos del Mundial de Fútbol y será sede de los próximos Juegos Olímpicos. Pero según los expertos, por más que se ejecuten trabajos si no se atiende el problema en la raíz, es decir donde se produce, no habrá remediación posible.
Esta es la razón de estas líneas. El problema ambiental tiene que estar por encima de cualquier diferencia de orden político o partidista y tiene que ser una preocupación de la ciudad en su conjunto. No podemos pretender convertirnos en un destino turístico importante o ser una ciudad modelo si no atendemos en forma prioritaria este problema. Salvo, obvio está, que a los visitantes se les oculte esta realidad trasladándolos a la ciudad por otras rutas ejerciendo un autoengaño que en nada nos beneficia.
Es momento de atender los asuntos que demandan atención preferente. Se debe priorizar la construcción de plantas de tratamiento de aguas negras para que, en lo posible, los caudales retornen a los ríos menos contaminados aun cuando aquello no sea visible y no brinde réditos evidentes en lo político. Solo así se puede construir una ciudad realmente vivible, con el convencimiento que en lo posible tratamos de reparar el impacto que inevitablemente hacemos a naturaleza. Parecería que eso se podría calificar de buen vivir.