‘A la manteca vegetal’

Si oye o lee que “en Gaza ocurre una tragedia humanitaria’, o que “el genocidio de Ruanda fue una catástrofe humanitaria’, espelúznese: el horror de la guerra, el del genocidio, el de cualquier tragedia es lo contrario de lo humanitario.

Por ignorancia aplicamos este adjetivo de significado positivo: ‘que mira o se refiere al bien del género humano’, a hechos que resultan de prescindir de la humanidad de los demás, como la guerra, que reduce a pueblos enteros a fuerza de asesinato aleve, de ansia de poder…

Persona o hecho humanitario es ‘una persona o un hecho benigno, caritativo’. Un pueblo humanitario actúa generosamente con quienes se le oponen. Humanitario es, también, aquello cuyo fin es aliviar los efectos de guerras o calamidades. Ojalá el mundo tuviese una mirada humanitaria sobre lo que ocurre en Gaza, reducida y acosada desde hace años de crueldad e indiferencia. El humanitarismo, virtud que tantos ‘grandes’ y ‘poderosos’ ignoran, es la capacidad de compasión por las desgracias ajenas. Somos humanitarios si nos duelen los niños que mueren, si nos desconsuela el sufrimiento cotidiano. Si comprometemos nuestros actos en la búsqueda del bien para todos, por igual.

Empleamos ‘humanitario’ en sentido opuesto al que le corresponde, porque asistimos a la lenta agonía del humanismo, del interés por el conocimiento de la historia, de la literatura, de la filosofía; de la psicología, la antropología, la sociología; porque, dedicados al afán de lucrar, no cultivamos nuestra inteligencia y sensibilidad en el arte, en la poesía, en la música…

Las universidades deben ser ámbitos de ‘ciencia’, pero ¿debe, el conocimiento humano, prescindir de lo que no se puede probar experimentalmente? ¿Es justo abandonar el ansia por comprender los aspectos del universo y de nosotros mismos que no pueden ser explicados mediante las ciencias? La vida intelectual reducida al conocimiento de hechos objetivos y observables nos provee de una ciencia inhumana, no humanitaria. Desintegradora y egoísta.

Hundidos en el señuelo del progreso, en la ilusión de un conocimiento ‘totalitario’ y productivo, ¿qué importa prescindir del conocimiento de la lengua en nuestras vidas? Ignoramos su riqueza, nos es indiferente su estudio. ¡Desde hace muchos años, no existen en las universidades ecuatorianas facultades de lingüística, de filología, de filosofía, si alguna vez las hubo! Así vamos, llamando humanitario a lo inhumano.

Es tal el trastrocamiento de la realidad, dada la ignorancia de la palabra, que las cosas toman el lugar de las personas. Esta es la clave de la publicidad y de sus trampas. Ingenua, inocentemente, una joven ‘reina’ de las nuestras pronunciaba en alta y meliflua voz: “Agradezco a la manteca vegetal’… Y hacía bien. Mientras la manteca vegetal sea protagonista de nuestros reinados, en este ámbito de confusiones léxicas que son confusiones del espíritu, nada irá mejor.

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