La vivencia de fragmentación es la primera que experimento al reflexionar sobre lo que me da y me quita el acceso a información en la red. Y, ¡quién lo creyera!, también la experiencia de la soledad. Quizá sean estas las razones por las cuales me he resistido a pertenecer a redes, a blogs, a sitios comunes de vanidad y dispersión. Me encuentro ante una información informe que se halla ante mí sin exigirme nada; que me aleja de la reflexión, del análisis crítico, de antiguos anhelos de vigor intelectual.
Los extremos en la eclosión de esta información de todo orden, universal, casi infinita e ilimitada rompen las fronteras de la vida privada, del erotismo, del secreto, y quizás también, cuando penetre en la poesía – si penetra en ella con su poder destructor de lo preexistente- rompa definitivamente la frontera entre el decir y decirse y el silencio. Entonces, el silencio ya no será experiencia de la lucha por encontrar una palabra que exprese la vida y sus límites, sino indiferencia ante problemas que ‘no nos atañen’, búsqueda del éxito personal en lo económico y lo social, consumismo sin límite, aun entre los desposeídos (enorme desgracia añadida a sus carencias). Nos amenazan el conformismo, la comodidad y el egoísmo exaltados por este ‘nuevo’ estado del mundo, tanto como nos coacciona el espectáculo que día tras día sustituye a una vida de lúcido esfuerzo.
Babel, sinónimo de confusión y dispersión, se aplica con propiedad a esta infinitud informativa, que, si tiene de positivo su abundancia, y contribuye con ella a nuestra lucha contra concepciones unívocas de la realidad y de la historia, nos dota también de verdades acríticas, nos pierde en la inconsistencia y la superficialidad.
El nuevo estado político y tecnológico del mundo ha dinamizado la realidad en el peor de los sentidos. El poderío tecnológico es tal, que lleva a la potencial destrucción del universo físico, tanto como a la del universo íntimo; en lo ideológico, hay un retorno de las mayores potencias hacia el más necio y destructor capitalismo, sumido en los resultados de una ambición que todo lo olvida, en pro del capitalismo transnacional que ha llevado a muchos países europeos, así como a los Estados Unidos, a la mayor crisis económica desde 1930. La ambición financiera ha roto todo límite y ha sumido en dificultades casi insuperables, entre la corrupción y la codicia, a países cuya consolidación económica y social en el ‘estado de bienestar’ parecía intocable y en decidido progreso hace, hoy, poquísimos años.
Hay individuos y grupos cuya oposición a estas circunstancias deshumanizantes puede dar frutos individuales, aunque nada o casi nada lograrán cambiar en lo social, aun en un largo lapso. Tal empacho comunicativo y banal, fuente de la vivencia de fragmentación, da lugar a un existir personal tentado por lo superficial, lo discontinuo, sin posibilitar nuevas miradas ante la historia, poco y mal interpretada, ante la vida personal, cada día menos reflexiva, más fútil e insignificante. Nos encontramos ante un vacío satisfecho, germen seguro de orfandad.