Una nueva dinastía

De paso por Florida, hablo con unos migrantes. A quienes vienen de los populismos de América Latina no les sorprenden las técnicas de campaña de Donald Trump, aunque puedan derivar en el fascismo.

Claro que en el circuito turístico la gente anda en otro patín, pero, aparte de las playas, el shopping y Mickey Mouse, este es un estado importante en el juego político de Estados Unidos. Fue aquí donde se decidió, jueces mediante, la derrota del demócrata y ecologista Al Gore en beneficio de George W. Bush, hermano del gobernador que renunció hace poco a la carrera electoral, dejando un espacio que intenta ocupar el senador por Florida, Marco Rubio, católico e hijo de cubanos.

Un viejo colombiano me dice que el último gran presidente fue Kennedy. Entonces le cuento que volé por primera vez a la Florida esa noche de junio de 1968 cuando mataron a su hermano Robert en un hotel de Los Ángeles. Pensando en dinastías, en el campo demócrata se podría identificar a Hillary Clinton con lo que representaba Robert Kennedy.

En esa época yo iba de asombro en asombro. Abandonaba San Francisco, centro del hippismo y la revolución cultural, porque se había acabado el año lectivo y venía en busca de un primo que trabajaba en Miami, un bastión de la derecha alimentada por el anticastrismo virulento de la colonia cubana. En términos ideológicos, era un viaje al pasado: de aquella sacudida Haight-Ashbury de la hierba y Janis Joplin a la nostalgia de la isla perdida.

Dos meses después, la convención republicana tuvo lugar en Miami. En esa ocasión también participó un magnate, aunque serio y tradicional: era Nelson Rockefeller, conocido para los ecuatorianos por amigo de Galo Plaza y porque había apadrinado al joven Guayasamín. Pero fue Nixon quien se alzó con el santo y la limosna.

Comparando, el Sanders de esas primarias del 68, el que encarnó la efervescencia anti-establishment, fue Eugene McCarthy, senador y poeta que nada tuvo que ver con el McCarthy de la cacería de brujas de la década anterior. Como corresponde, Eugene y los hippies que lo acompañaban fueron triturados literalmente por el aparato del Partido Demócrata en la convención de Chicago y el candidato oficial, un desteñido Hubert Humprey, sería luego derrotado por Nixon. Pero ahora, detrás del socialdemócrata Sanders no hay ninguna revolución cultural, más allá de la indignación de los liberales blancos y la angustia de la juventud por el futuro.

Vuelvo a Quito y miro que, en la noche del ‘Supermartes’, tanto Hillary como Trump y Rubio hacen sus respectivos balances justamente en la Florida, donde jugará su última carta este senador cubanoamericano que se opone a todas las políticas de apertura de Obama con Irán, con Cuba y con el programa de salud para todos. Sin embargo, en la carrera de fondo, es Hillary la que tiene mayores probabilidades de llegar a la Casa Blanca, donde los Clinton consolidarían una nueva dinastía.

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