Con la adopción del euro como moneda única hace algo más de una década, Europa parecía alcanzar el ansiado objetivo de la unificación. Hoy, luego que algunos países han provocado una crisis de repercusiones insondables, muchos se cuestionan si aquel paso fue acertado. Es difícil mantener como miembros de un club a quienes no comparten su ideario o sus políticas. Desde el inicio se consideró que una moneda única funcionaría si la totalidad de los integrantes de la Unión acataban las reglas, supuestamente, impuestas bajo consenso. No sucedió así. Mientras unos países hacían esfuerzos por mantener sus economías en marcha, otros se vieron envueltos en políticas expansivas de gasto. El caso griego es el más representativo, pero no el único. La Unión ha debido lanzar un salvavidas para evitar una catástrofe mayor. La imposibilidad de Grecia de cubrir sus obligaciones crediticias pondría en dificultades a varios bancos europeos tenedores de sus bonos. El temor: que el efecto pernicioso de la crisis contamine al resto del continente. Esto ha obligado a los Estados más influyentes a realizar erogaciones mayúsculas para evitar el desplome del sistema. Pero persiste la duda: ¿la ayuda será suficiente ? Dada la magnitud del riesgo, se ha escuchado la sugerencia que Grecia por su propia cuenta abandone la moneda común. La receta es ampliamente conocida, una vez que vuelva al dracma, moneda oficial y soberana hasta el 2002, tendrá la libertad de devaluarla para así licuar sus obligaciones hacia el interior del país.
Con ello serán los ciudadanos griegos los que soportarán el peso de la crisis, a costa de una pérdida de su poder adquisitivo. Podría ser esta la forma de mantener en vigencia el sistema euro, siempre y cuando exista estricto apego al tratado firmado hace cerca de una semana, en el que se prevén normas para evitar que los países gasten desaforadamente.
Al momento, según los especialistas, la crisis le ha significado a Grecia la pérdida de un 17% de su PIB. Se aspira que la deuda griega, en caso que las recetas funcionen, llegue a estándares aceptables recién en 2020. Hasta ese momento deberá adoptar medidas de austeridad muy rigurosas, que pondrán en vilo al país helénico. Sin duda el despertar súbitamente a esta dura realidad debe ser difícil de aceptar y no faltará la tentación de buscar culpables por fuera de sus fronteras, achacando la culpa al resto de países, sin que sean capaces de mirarse a sí mismos como los hacedores de semejante dislate.
Lo sucedido en el Viejo Continente, con economías poderosas, es una seria advertencia de lo que puede pasar cuando se gasta más allá de las posibilidades reales. La ayuda a Grecia suma, al momento, alrededor de 300 mil millones de euros y el problema no se soluciona. No podemos desatendernos del desenlace de semejante problema. Ojalá que por estas geografías no tengamos que lamentar no haber aprendido de la experiencia ajena.