Fue hace solo dos semanas, pero la fuerza de los acontecimientos que han ocurrido después hoy lo hace ver muy remoto. El clima de polarización que peligrosamente marcó al país con motivo de las elecciones presidenciales ha sido felizmente opacado por el regocijo, poderoso y compartido, que nos han regalado 23 futbolistas bajo el mando de un argentino, a esta altura un colombiano ad honórem. Esta dicha se hizo más intensa el sábado, luego de la victoria sobreUruguay, que le permitió a nuestra Selección alcanzar el punto más alto de su historia.
Y si bien las heridas que dejó aquel áspero capítulo de nuestra historia reciente aún no cicatrizan, si bien todavía queda mucho por hacer en la tarea de saldar deudas sociales y los grandes retos del país continúan ahí, ver a 47 millones de personas sumidas en una misma ilusión hace legítimo soñar con que los acuerdos para que esta sea una mejor sociedad son mucho más viables.
Qué buena noticia es confirmar que sigue existiendo un potente denominador común en un territorio marcado por la diversidad. Un indígena wayú, un estudiante bogotano y un afrodescendiente del Pacífico saben que pueden encontrarse en la euforia de los goles y gambetas de James, en el pundonor y el coraje de Mario Yepes, en el desparpajo de Pablo Armero.
Por supuesto que estamos en el terreno de lo simbólico. El Mundial pasará y tendremos que encontrarnos de frente con realidades objetivas y dolorosas, que señalan duros retos: ponernos de acuerdo para poder vivir mejor juntos. Que esta nación sea una emoción, sí, pero también una construcción de consensos indispensables para la equidad y la prosperidad.
A ese proyecto nacional le cae muy bien el legado que nos va a dejar este grupo. Tal vez su componente más importante es que se han exorcizado traumas colectivos. Sobre el equipo de Pekerman se depositaban muchas expectativas. Hoy, con gran emoción, podemos decir que la Selección ha estado muy por encima de ellas.
Una historia que tiene mucho en común con la manera como, hace apenas un mes, Nairo Quintana confirmaba con su maglia rosa por qué era el máximo favorito para ganar el Giro de Italia. La fortaleza mental parece ser el sello de esta nueva y victoriosa generación de deportistas colombianos.
Y es que estos jugadores tal vez igualen en talento a sus antecesores, pero, sin duda, cuentan con muchas más herramientas, no tanto futbolísticas como emocionales. Algo muy importante es que han demostrado ser inmunes a las indicaciones de la gloria, que tanto daño nos hicieron antes. Imposible no asociar este logro con los avances que ha conquistado el país en las últimas décadas.
En suma: es crucial no sobreestimar, pese a la euforia, el aporte del deporte para resolver complejos asuntos sociales.
Pero tampoco se puede subestimar: ejemplos sobran de cómo un éxito deportivo puede ser catalizador de progresos y acuerdos por décadas aplazados. Por ahora, reconforta saber que soplan mejores vientos.
Enfoque Internacional