Por razones que la ciencia todavía no descubre, o que no alcanza a dilucidar, los dictadores generalmente se entienden entre sí. Sintonizan perfectamente. Suelen ayudarse para conseguir sus más retorcidos fines: para encarcelar o ejecutar a sus enemigos políticos, para maniatar a la prensa no oficial que pudiera significar algún grado de objetividad, para intercambiar secretos y ‘know how’ acerca de cómo sujetarse al poder por el mayor tiempo posible, para comparar recetas respecto de cómo usar la propaganda oficial lo más eficientemente. La cooperación entre dictadores también incluye la creación de enemigos comunes: la construcción imaginaria de imperios malvados que explotan a sus pueblos, la lucha contra todo enemigo externo que ose jugar con la soberanía nacional. Los dictadores se visitan, también. Así juegan a que el mundo no los aísla, a que entre ellos pueden luchar unidos contra las globalizadas fuerzas del mal.
Los dictadores, además, deben tenerse una fascinación mutua. Una especie de éxtasis que coquetea con lo enfermizo. Se admiran. Se estudian. Comparan egos. Mientras intercambian regalos intercambian también formas y métodos para acabar con la oposición, entre risa y risa y tomando té con galletitas. Me imagino que también se ofrecerán consejos para dar esos largos, soporíferos y sudorosos discursos, de esos que tanto encandilan a la gente sometida a los regímenes autoritarios. También me imagino que invertirán largas horas conversando respecto de sus asesores más preciados, de sus círculos íntimos de poder o sobre cómo hacer creer a la gente que la economía va de maravillas, que hay empleo, que hay seguridad y que hay oportunidades para todos. También debe haber dictadores más sofisticados, de aquellos que hablan con sus colegas de sus planes para erigirse a sí mismo estatuas y monumentos.
En estos días la prensa española – catalogada entre las más corruptas del mundo- cuenta que el coronel Muamar el Gadafi (un demócrata incomprendido, que mata a sus propios ciudadanos por su propio bien) se ha comparado por el Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo por la Gracia de Dios, Francisco Franco. El diario ABC, por ejemplo, desinforma con evidente mala fe que “Gadafi está crecido. En un discurso de audio difundido por la televisión estatal comparó la entrada que pretende hacer hoy en Bengasi —bastión rebelde— con la que hizo Franco en Madrid durante la Guerra Civil española: «Vosotros sois la quinta columna en la ciudad», dijo dirigiéndose a los habitantes de Bengasi, que considera sus hipotéticos partidarios, y señaló que se apoyará en ellos en este día «en el que liberarán la ciudad».” Cosas de dictadores’