¿Son leyes democráticas?

Almustafá, «El Profeta» de Gibrán Khalil, poetizó que el poder legislador no ingenuo piensa que «las leyes no son castillos de arena, sino que consideran la vida como una roca, y a las leyes como un cincel, con el que la esculpen a su imagen y semejanza».

El vate alienta a producir leyes que contengan los valores compartidos que atribuimos a la vida, pues las normas deben formular los mismos que sorben del grupo humano al cual pertenecen.

La necesaria receta democrática para hacer de la ley un cincel es: «pluralidad - debate - consenso». Sin la fórmula las normas son martillos de acero que pulverizan la vida social pacífica.

Si no hay «pluralidad» de juicios de valor sobre la vida, no se «debaten» y no se logra el mínimo «consenso», las reglas jurídicas son castillos de arena que caen ante el embate de la marejada social. El poder que legisla sustentado en el sectarismo de sus concepciones unilaterales impone fuerza irracional; sus disposiciones mandan generando resistencia y rebelión; están condenadas a destruir como los edictos de Hitler, Stalin, Mussolini, Trujillo, Pinochet o Fujimori.

Ecuador, con su democracia invertida, produce leyes que son «del» Gobierno, «para» el Gobierno y «por» el Gobierno, su aplicación está a cargo de subordinados «al» Gobierno, sean empleados, fiscales o jueces. Los valores que contienen no son los compartidos, pertenecen a los más votados y esta «regla de la mayoría» es la asesina de Cristo y seguidores, de millones de judíos y rusos, de centroamericanos, chilenos y peruanos, ha sido el histórico canon que masacra la vida. La «mayoría» es una redundancia entre un Jefe y varios mudos que anotan el encargo legislativo. Esta reunión jerarquizada es un ritual insulso: «Ordeno», dice el Fuhrer, Duce o Dictador; «Sí, Jefe», asientan las comparsas cual escribas de los escaños que votan; «Consenso», publica la prensa oficial. Si algún actor desea representar otros valores para la discusión sabe que su condena por traidor está escrita. Lo que queda son las imágenes silvestres de un arbusto de brazos izados germinado en las Dietas, Parlamentos o Asambleas, abriéndose al Jefe anhelante del riego que pague la traición a la sociedad que lo sembró: la circense parodia de democracia puesta en escena.

No es ley la secreción del poder totalitario, es veneno social; pero la historia enseña que sus efectos perecen con el inefable antídoto que la justicia del «día después» produce, sepultándola para siempre en el panteón donde la política inhumana busca inútilmente perdón y olvido.

En esta tramoya el granito del poder total es cincelado por normas concebidas sin genes democráticos y los cuerpos legales, sin nutriente social, son extraídos con fórceps, pero acaso ¿son leyes democráticas?

Columnista invitado

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