Exploro a continuación dos ideas radicales –en el sentido de “vinculadas a la raíz”- sobre el cambio social.
La primera es que el cambio comienza desde abajo. En nuestras sociedades sobre-politizadas, ponemos demasiado énfasis en la expectativa de cambio desde arriba, y asignamos importancia, cuando ocurren cambios, solo a las figuras en la cúspide de la respectiva pirámide –Luis XVI, Napoleón, García Moreno, Eloy Alfaro, Pinochet, Chávez- sin reconocer las contribuciones de los demás actores sociales, ni apreciar que el fondo de todo cambio social se ubica en las creencias, los valores y las actitudes que llegan a ser dominantes en la sociedad. Cierto es que Martin Luther King fue importante impulsor de los cambios que han ido gradualmente reduciendo el racismo y sus consecuencias en la sociedad norteamericana. Pero un análisis más profundo permite ver que son cambios en las mentes de decenas de millones de blancos y de negros los que han permitido la construcción de nuevos tejidos sociales y de nuevas realidades políticas. El cambio en las relaciones entre esos dos grupos raciales no se dio como fenómeno político debajo de un fenómeno social. Al revés, se dio primero como cambio social, que luego se reflejó en cambios políticos. Estos incluyen las protecciones legales de los derechos civiles y la elección de cada vez más autoridades afro-descendientes, primero a nivel local y estatal y, finalmente, en la propia Presidencia. Si comprendemos eso, comprendemos que cada uno de nosotros es protagonista del cambio.
La segunda idea “radical” es que la reflexión y la acción no son suficientes a nivel individual. Mientras el cambio de creencias, valores y actitudes permanezca encerrado en nuestras propias mentes, es como una pequeña llama que la menor brisa puede apagar. Es demasiado fácil sentirse débil y pensar que no puede cambiar nada cuando uno se imagina a sí mismo como aquel joven chino parado frente a cuatro tanques de guerra, aparentemente intentando detenerlos en su avance hacia la Plaza Tienanmen. Al contrario, si conversamos con parientes, amigos, compañeros de trabajo y vecinos, si formamos grupos para compartir criterios sobre los cambios que consideramos necesarios, y si a través de esos grupos emprendemos esfuerzos para influir en otros, nos podemos sentir más empoderados, y es más factible que perseveremos en la intención de generar cambios reales.
Dos ideas simples: primero, el cambio depende de nosotros; y segundo, podemos lograrlo más eficazmente si trabajamos con otros, apoyándonos mutuamente. Y un corolario: el cambio no vendrá mientras sigamos obcecados con buscarlo a través de los políticos que nos ofrecen lograrlo sin que tengamos que hacerlo nosotros.