Según la clásica película de Spielberg, ya estamos en el futuro. Un futuro donde la tecnología muestra cosas tan inverosímiles para un viajero de los años 80 como la Internet, los smartphones y el Google, que ha convertido en realidad el viejo sueño de la biblioteca universal. En contraste, la escena política le parece muy familiar, pues sigue siendo tan tosca, caudillista y tradicional como siempre.
Por eso, no le asombra al viajero que sea un antiguo abogado socialcristiano el que afina y maneja el aparato jurídico del Estado ‘socialista del siglo XXI’, ni que el mismo gobernador del Guayas de su época, Jaime Nebot, continúe administrando a la ciudad más grande del país, mientras una señora del Opus Dei pone a régimen la sexualidad de las muchachas y los líderes indígenas son acusados de terroristas. Para el recién llegado, esos detalles son tan conocidos como la crisis del petróleo y los ajustes del FMI.
Para nosotros, en cambio, volver al 85 puede ser tan simple como hojear las revistas de ese año, que arrancó con la visita de un Papa vinculado al Opus Dei, que bendijo a Febres Cordero, presidente temperamental, insultador y abusivo que violaba los derechos humanos porque quería arreglar las cosas a la brava.
Por el contrario, detrás de la Cortina de Hierro soplaban vientos de democracia pues Mijail Gorbachov asumía el mando de la Unión Soviética y empezaba a desmantelar el temible aparato del imperio, ignorando que un oscuro agente de la KGB llamado Vladimir Putin juraba que algún día Rusia volvería a ser poderosa y temida.
En esos días yo escribía crónicas de mis viajes por los rincones del Ecuador para la revista Diners. Aunque ahora suene exagerado, casi todo estaba por descubrir para los ojos urbanos, en especial de los quiteños que frecuentaban las playas de Esmeraldas o armaban viaje a Miami y Disneyworld, en lo que era también una suerte de viaje al futuro de plástico que nos esperaba.
La cámara que usaba era la Pentax K 1000, absolutamente manual y a prueba de balas. Los ‘slides’ a color habían desplazado a la fotografía en blanco y negro, pero el diseño de la revista todavía se realizaba a mano, pues la revolución digital aún no había estallado.
Seguía reinando la máquina de escribir y se alquilaba una llamada de teléfono en la tienda de la esquina. En realidad, el mundo artesanal y los almuerzos en familia mantenían su presencia en la vida cotidiana, junto con el rito sagrado de leer el periódico cada mañana y reunirse a comentar los eventos con los amigos ante un café o media botella de ron. Todavía la intromisión de celulares y chats no había vuelto imposible cualquier conversación.
Nuestro viajero de 1985 extrañará la calidez de esas relaciones interpersonales, pero una vez que haya aprendido a manejar los fantásticos adminículos del mundo digital, supongo que no deseará volver a las sombras del pasado. Siempre es más excitante vivir en el futuro. ¿O no?