Poco debate en la opinión pública ha merecido hasta el momento el “Plan Nacional para el Buen Vivir 2013-2017” producido por la Secretaría Nacional de Planificación. Este documento se reclama como la hoja de ruta de la acción del Gobierno y en general de todo el Estado ecuatoriano para el presente cuatrienio. En sus 592 páginas es posible encontrar la visión del sector tecnocrático de la élite gobernante sobre el futuro del país y sobre el legado que pretende dejarnos la Revolución Ciudadana. Imposible en una corta columna ensayar un análisis exhaustivo del texto; peor aún diseccionar sus 11 objetivos. Mi limitaré a tan solo enunciar uno de sus conceptos centrales: el socialismo del buen vivir.
¿Sabía usted, estimado lector, que según el Plan Nacional del Desarrollo el “horizonte político” que definirá el sentido histórico del Ecuador hacia el futuro es el socialismo del buen vivir? Ya no solo el buen vivir, sino un buen vivir socialista. Aquello, pues, constituye un cambio de incalculables proporciones en la noción misma de sociedad, cultura, economía, política; en la organización del territorio y de las instituciones. El concepto de socialismo es una construcción mayor que, junto al buen vivir, constituye una nueva elaboración en el léxico revolucionario ciudadano. Sobre el buen vivir hemos escuchado bastante desde Montecristi. Sobre socialismo menos, pero una cosa es que se diga socialismo en discursos de barricada, intervenciones improvisadas o para agradar al jefe y otra que este sea el concepto nuclear del Plan Nacional de Desarrollo. Según el texto del mismo Plan (p.24) el socialismo del buen vivir “articula la lucha por la justicia social, la igualdad y la abolición de privilegios”. Su fin es “defender y fortalecer la sociedad, el trabajo y la vida en todas sus formas”; propone la “transición hacia una sociedad en que la vida sea el bien supremo”; y “se identifica con la consecución del bien común y la felicidad individual, alejados de la acumulación y el consumismo excesivo”.
Pocas palabras para explicar un cambio de paradigma de incalculables implicancias. Sin entrar en la discusión sobre el buen vivir, concepto liviano y ahistórico, que ya debería ser desmontado como un simple ardid demagógico, la noción de socialismo tiene un acumulado histórico y un peso ideológico, teñido de imposibilidad y de tragedia durante el todo siglo XX, que no puede pasar desapercibida. El Gobierno, para empezar, debería explicarnos cómo así el socialismo es hoy el horizonte histórico del Ecuador; qué es socialismo para nuestros gobernantes. Aquello nunca nos lo dijeron; por el mismo jamás votaron la mayoría de sus seguidores. ¿O es que estamos ante un nuevo exabrupto y novelería de tecnócratas sin piso en la realidad?