Los peruanos elegirán hoy a su presidente de la República entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori.
Si en este enfrentamiento de visiones gana Humala, se deberá al hecho de que ofrece dar un enfoque social al formidable desempeño macroeconómico del Perú, que desde hace años fue aislado de la política.
En 1992 Bill Clinton derrotó al archifavorito George Bush padre al apuntar su estrategia a la cotidianidad de los votantes estadounidenses (“es la economía, estúpido”). Peter Drucker, mentor de la sociedad del conocimiento, creía años más tarde que la frase acertada era “es la sociedad, estúpido”. Parece que hoy por hoy, en nuestras sociedades desiguales, el estratega ganador es quien logra apropiarse del eslogan “es la política, estúpido”.
La capacidad de polarizar, de volver a los votantes protagonistas con la promesa de que son ellos los que gobiernan, está generando las verdaderas movilizaciones en sociedades como la venezolana, la ecuatoriana o la peruana. En ellas, la vieja política ha quedado pulverizada, sin sistemas de partidos y sin líderes, después de que mostró su incapacidad para hacer funcionar un sistema institucional verdaderamente representativo.
Este gran vacío es el semillero para los discursos en los cuales, en nombre de la participación ciudadana, progresan los mantras ideológicos fáciles de asimilar, pues se fundamentan en cuatro ideas traídas del pasado. Si el nuevo discurso además plantea la promesa de la equidad, se vuelve invencible, pues es un mensaje esperanzador para millones de personas que, por lo demás, tienen absolutamente todo el derecho de aspirar a una vida mejor y a un sistema que le ofrezca igualdad de oportunidades.
Obviar esa realidad (“es la sociedad, estúpido”) vuelve inútiles los intentos de elaborar un discurso que trascienda el populismo. En el caso ecuatoriano y frente a la retórica que plantea el poder, si los otros sectores interesados en generar política siguen empeñados en ignorar el factor de la inclusión, jamás podrán reconstituir un mensaje político válido. La crisis de los partidos no solo se genera en la falta de representantes, sino en la falta de ideas, que a su vez se refleja en falta de acciones.
En el pasado, las élites ecuatorianas no construyeron puentes con los otros sectores sociales, y volverán a equivocarse si quieren ocupar espacios políticos a partir de sus propias reivindicaciones, como se puede vislumbrar en los tímidos ejercicios de pensamiento que se hacen públicos en estos días.
Desaprovechar la oportunidad de construir un pensamiento alternativo es la mejor garantía para que siga imperando el discurso vacío que, en nombre de la equidad social y de la participación ciudadana, se da el lujo de acumular poder y repetir las peores prácticas de la “vieja partidocracia”, como el clientelismo, la demagogia y la falta de transparencia.