Project Syndicate
El décimo aniversario del inicio de la Gran Recesión fue motivo de un elegante ensayo del economista y premio Nobel Paul Krugman, quien observó lo poco que ha cambiado el debate sobre las causas y las consecuencias de la crisis en los últimos diez años. Mientras que la Gran Depresión de los años 1930 produjo la economía keynesiana, y la estanflación de los años 1970 dio lugar al monetarismo de Milton Friedman, la Gran Recesión no ha generado ningún giro intelectual similar.
Esto es deprimente para los estudiantes jóvenes de economía, quienes esperaban una respuesta adecuadamente estimulante de la profesión. ¿Por qué nunca existió? La respuesta de Krugman es ingeniosa: la antigua macroeconomía era, como dice el dicho, “lo suficientemente buena para el trabajo gubernamental”. Impidió otra Gran Depresión. De manera que los estudiantes deberían olvidarse de sus sueños y aprender sus lecciones.
Hace diez años, dos escuelas de macroeconomistas peleaban por la primacía: la Nueva Escuela Clásica -o el “agua dulce”-, descendiente de Milton Friedman y Robert Lucasde la Universidad de Chicago, y la Nueva Escuela Keynesiana, o “agua salada”, descendiente de John M. Keynes, y de MIT y Harvard.
Los tipos de agua dulce creían que los déficits presupuestarios siempre eran malos, mientras que el grupo de agua salada creía que los déficits eran beneficiosos en una depresión. Krugman es un nuevo keynesiano, y su ensayo estaba destinado a mostrar que la Gran Recesión reivindicaba los modelos estándar del nuevo keynesianismo.
Pero el argumento de Krugman tiene serios problemas. Por empezar, está su respuesta a la hoy famosa pregunta de la reina Isabel II: “¿Por qué nadie lo vio venir?” La respuesta entusiasta de Krugman es que los nuevos keynesianos estaban mirando para otra parte. El suyo no fue un problema de teoría, sino de “recopilación de datos”. Habían “pasado por alto” cambios institucionales cruciales en el sistema financiero. Si bien esto es lamentable, no planteó ninguna “cuestión conceptual profunda” -es decir, no exigió que reconsideraran su teoría.
Con la crisis frente a sus narices, los nuevos keynesianos habían estado a la altura del desafío. Desempolvaron sus antiguos modelos de precios fijos de los años 1950 y 1960, que les decían tres cosas. Primero, la existencia de déficits presupuestarios muy grandes no haría subir las tasas de interés cercanas a cero. Segundo, inclusive los grandes incrementos de la base monetaria no conducirían a una inflación alta, ni siquiera a los incrementos correspondientes de los agregados monetarios más amplios. Y, tercero, habría un multiplicador de ingresos nacionales positivo, casi con certeza superior a uno, a partir de los cambios en el gasto y la tributación del gobierno.