Casi como rutina, nuestros gobiernos se empeñan en recordarnos el camino más largo hacia el desarrollo y lo hacen con los mismos argumentos, entre ellos el favorito el de la explotación de un sector económico por el otro. Lo que no logran comprender, sin embargo que el guión termina por generar en el personaje que lo recrea los mismos elementos que dieron nacimiento a relaciones autoritarias y, por consiguiente a la eternal caminata en círculos a la que nos hemos acostumbrado desafortunadamente.
Esta lógica perversa es recreada desde la izquierda hasta la derecha en la clasificación clásica que hoy no resiste la menor crítica pero que vale como ilustración.
Nos sobra hipocresía y nos hace falta el valor de sostener una verdad que ante el pueblo pueda resultar devastadora por su lógica. Los gobiernos no se sienten con capacidad de elevar el discurso al nivel de una verdad que permita encaminar las verdaderas ambiciones populares al crecimiento de todos. Los gobiernos paternalistas abrazan con fervor subsidios que muchas veces lo único que logran es mantener los índices de pobreza y subdesarrollo antes que reducirlos. Temen el argumento de elevar la productividad porque eso finalmente dará al que lo implemente un nivel de autonomía que pondrá en entredicho no solo el discurso sino el dogma autoritario que sostiene a muchos de estos gobiernos. La lógica sostenida por la mentira sobra. La media verdad se convierte en la peor de las formas que la mentira puede adoptar.
La democracia requiere reconocer nuestras profundas falencias educativas y nuestro rezago en la formación de cuadros que permitan conducir a nuestros pueblos a derroteros mejores. Es cierto que con lo que tenemos nos sobran los genuflexos y los arribistas que estimulados por la mediocridad del ambiente solo son sostenibles en sus cargos en función directa de su abyección al líder de ocasión. Nos sobra una mediocridad direccional y nos falta la capacidad de los colaboradores que sepan decirle al Mandatario las contradicciones que supone la mala conducción. Nos sobra el temor a irritar al Presidente pero no nos parece malo desilusionar al soberano: al pueblo, al que se lo usa y se lo tira aunque en el camino se apele a los argumentos más bastardos para darles una sensación de control a quien tiene el poder de ocasión. Nos hace falta ver el mundo de las oportunidades y no buscar los pretextos para mantener el status quo que se dice querer eliminar. Hay gobiernos que han hecho del cinismo una forma de nueva ideología y no temen las incoherencias que supone un discurso claramente divorciado de la realidad.
Nos sobran tantas cosas que quizá deberíamos hacer una lista liberadora que nos permita crecer finalmente desde esta adolescencia perpetua en que parece debatirse el subcontinente desde hace buen tiempo.