Acaba de mostrarlo con nitidez el votante colombiano. Así como en la política como en la vida privada, tarde o temprano se paga el asumirse superior al resto de los mortales. Enamorarse de ideas, convicciones y perspectivas de futuro, resulta siempre peligroso.
En triunfo del No en el plebiscito convocado en Colombia para visar el acuerdo de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC, fue una clara respuesta a la soberbia.
El Régimen y el grupo se enamoraron de sus acuerdos y desoyeron a críticos y disidentes, los insultaron y bombardearon con propaganda amenazante. Quien visitó Bogotá los días previos al plebiscito, como fue mi caso por temas de trabajo, pudo observar el uso y abuso de los recursos públicos para promocionar el Sí.
En Colombia las autoridades actuaron con soberbia. Hasta la comunidad internacional resultó nublada por tanto verbo y apadrinó el triunfalismo de la pareja negociadora.
Bien dijo San Agustín hace más de 1 600 años: “la soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.
En nuestra tierra conocemos de este tema. Ecuador ha vivido los últimos 10 años la soberbia de su Gobierno. ¿Qué otro adjetivo se ajusta mejor a quienes actuaron como seres de moral superior frente a sus detractores?
La soberbia enferma a los países. Por ella, el Gobierno sembró cizaña y división entre las población, al tiempo que fue perdiendo la capacidad de ver la realidad y sus evidencias.
Todo marcha bien. Ecuador está apenas endeudado, no hay crisis y viene un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales. Además, la justicia que procesa a sus amigos del vecindario está vendida, hay un nuevo Plan Cóndor y los opositores del continente urdieron, en reuniones secretas aupadas por el imperialismo, una malévola estrategia para desbancarlos.
En el caso colombiano, la soberbia llevó a que al presidente Juan Manuel Santos y al liderazgo de la guerrilla unieran filas para atacar a los opositores al acuerdo y sin más, aseguraran que aquellos estaban a favor de la violencia y de la guerra.
Pero Santos, que todavía tiene la virtud de poder regresar sus pies a la tierra, recibió el mensaje de las urnas y ahora asume el nuevo y gigantesco reto hacia la paz.
En cuanto al liderazgo de la guerrilla -detestada por la mayoría de colombianos-, sus virtudes están por descubrirse.
En los últimos meses actuaron como si fuesen héroes y santos. Soberbios. Si de verdad desean tener un espacio en la política, deberán bajarse del pedestal y aceptar ser procesados y condenados a penas mínimamente equivalentes a sus crímenes. La paz no se levanta sobre la impunidad.
La soberbia se paga. Es muy probable que el votante ecuatoriano repita, el próximo febrero, la lección dada por sus vecinos.