En la crisis en Siria se están sentando las bases del nuevo orden internacional. En estos primar dos modelos opuestos. Luego de la Guerra Fría, el presidente Bush invadió Iraq en 1991 desde una legalidad internacional inapelable. Tras los ataques terroristas en territorio estadounidense en 2001, el presidente G.W. Bush atacó Iraq en 2003 sin el apoyo de la ONU y sin ninguna legitimidad más que la voluntad de potencia dominante.
En este esquema, la llegada de Obama al poder abrió una esperanza. Sus primeros pasos fueron en el sentido de promover el multilateralismo y la institucionalidad: las negociaciones con Rusia por el desarme nuclear, su punto estratégico más alto. Y es por ese nuevo talante, que rompía totalmente con la brutalidad de G.W. Bush, que ganó el Nobel de la paz.
Sin embargo, la precipitada forma en la que enfrentó Obama la reciente crisis siria pareció una vuelta al modelo unilateralista de 2003. Su anuncio de una intervención militar despertó un fuerte rechazo en la comunidad internacional, al punto que la Cámara de los Comunes británica votó negativamente la participación en ese dislate. Así, dos caminos se abrieron para una marcha atrás sensata: el voto del Congreso estadounidense, que permite ganar tiempo; y la propuesta rusa de quitar las armas químicas sirias del medio.
Ha sido Rusia, aliado del sátrapa de Siria y con intereses estratégicos militares claves en ese país y en la región, quien se ha mostrado razonable. La misma Rusia que violó el derecho internacional en 2008 al invadir Georgia, se permite hoy, con razón, recordar en una columna de opinión en el New York Times que hay que ser prudente en la escena internacional. Allí el presidente Putin ha sido contundente: contrarió el argumento chovinista de Obama en torno a una excepcionalidad estadounidense que todo lo permitiría, y recordó que es muy peligroso hacer creer a la gente semejante cosa.
La actitud responsable rusa puede parecer cínica. Sin embargo, como bien lo señalara hace diez años en su “Después del Imperio” uno de los analistas franceses más lúcidos, Emmanuel Todd, Rusia juega un papel estabilizador fundamental para enfrentar los desvaríos estadounidenses de gran potencia, gracias a su talante universalista, su lugar estratégico y su sentido de la historia. Putin conjuga a la perfección el verbo realista: no hay lugar para la moral como guía de política exterior, todo refiere a intereses.
En este contexto la partitura está siendo fijada por las grandes potencias. Lejos está el multilateralismo de la ONU de ser protagonista. Más bien la ONU va ocupando el lugar de registro de los acuerdos y desacuerdos de los cinco grandes del mundo: EE.UU., Gran Bretaña, Francia, China y Rusia. Estamos más cerca del orden previo a 1914, que del posterior a 1945. La crisis siria es ilustración perfecta: allí no hay obligación de proteger a poblaciones en peligro para que la comunidad internacional termine con la barbarie de la guerra civil. Al contrario: allí se juegan intereses regionales: -Irán contra Arabia Saudita; la seguridad de Israel; la influencia de Turquía-, y estrategias de potencias mundiales , que poco tienen que ver con el derecho internacional.