“Mi nombre es Alejandro. Formo parte de un grupo de amigos de entre 24 y 28 años. Somos de clase media, universitarios, la mayoría especializados en alguna rama de las ciencias sociales; aunque Martín aprendió cocina, Pablo marketing, Martina y David, diseño.
Nuestras últimas reuniones de grupo, despreocupadas y alegres, se transformaron en conversas grises, tensas, resaltando las preocupaciones: el país, el Gobierno, la corrupción, la crisis económica y la incertidumbre sobre nuestro futuro, en especial la falta de empleo y la complicada continuidad de nuestros estudios.
Sí, la charla nos llevaba a topar lo incierto de nuestras vidas dependientes de un título. Constatábamos que con la licenciatura no se accede a un trabajo decente, en caso de encontrarlo. Tal cartón no vale nada. Que, por obra de las máximas autoridades educativas, para ser alguien, mínimo se debe tener maestría.
Pero incluso tal título, está devaluado. Hoy hay que poseer un doctorado o PhD; pero además un PhD de una “excelente” universidad de fuera del país, para competir, en medio de la crisis, por los pocos buenos puestos. Concluíamos, que esta revolución colocó al PhD como el gran objetivo de vida de los jóvenes.
Pero, decíamos, que con acotados recursos ¿cómo acceder a una excelente universidad? Que un buen posgrado, nacional o internacional, es imposible para un joven de sectores populares, y que para las clases medias también es muy complicado. La única manera de acceso es una beca. Sin embargo, el Gobierno no concede becas para sociología, antropología o historia; menos aún para cocina, marketing o diseño, porque en su mirada sesgada y economicista, estas carreras no ayudan al “cambio de la matriz productiva”.
En otras palabras, nos sentíamos hundidos. Sin embargo, veíamos que la decisión gubernamental de marginarnos produjo algo positivo. Nos impulsó a construir nuestro futuro, con propios esfuerzos, sin el Estado.
Por eso es que, en los últimos años, luché y conseguí un trabajo decente, siendo una excepción entre mis amigos. Ahorré y ahora me encuentro en Buenos Aires, con todas las limitaciones del caso, pero estudiando, con mi plata, lo que quiero, una maestría en sociología, profesión mal vista por el Gobierno.
Los bajos costos de colegiatura en la universidad pública argentina son un estímulo. Pero el reciente aumento en Argentina de tarifas de los servicios básicos desajustan mi limitado presupuesto. A esto hay que sumar el 5% de impuestos, con el que se castigaría a las remesas en efectivo que, para mi manutención, de cuando en cuando, me enviaría mi familia, con cualquier amigo que venga a Buenos Aires por el aeropuerto ecuatoriano.
Por todo esto, cientos o miles que estudiamos fuera, tenemos preocupación y bronca. Si no nos financian, al menos no pongan más trabas”.