No es un individuo quien ha sido secuestrado.
El crimen cometido no es en busca de dinero.
El rescate que buscan no es inmediato. Planificarlo, patentarlo, ha tomado tiempo. Ha demostrado ser históricamente destructor. Pero, no todos han sido contagiados por este confuso mal. Algunos, que se convierten en mayoría, reconocen lo que está sucediendo y se mantienen alertas, en pie de lucha, activos, listos.
Los pueblos han sido secuestrados, física y mentalmente. Sus labios pegados, sus ojos ciegos, escuchan lo que quieren, quietos, rodeados del silencio de los gritos de quienes no se han contagiado, quienes no están enfermos y aún ven un futuro diferente. Un secuestro pacientemente estructurado, a través de las décadas, por ideólogos egoístas, vanidosos, ensimismados, con un resultado que sólo alimenta sus mentes enfermas de poder.
Los pueblos creyeron en su barata oferta de cambio. Apostaron su necesidad de vida por promesas falsas, absolutamente incumplibles, se dejaron secuestrar casi sin resistencia, voluntariamente.
Los han tratado bien. Creen en los bonos de comida, las pequeñas trampas, lleven el nombre que lleven, caramelos para niños hambrientos. La violencia nunca se dirigió hacia ellos, los que menos tienen y más esperanza tenían en los falsos envoltijos dulces. Les prometieron casas, les dieron cajas de cartón indignas para un humano.
Les ofrecieron educación y congelaron sus pensamientos para acomodarlos a su conveniencia. Ofrecieron trabajo y cerraron las posibilidades de encontrarlo. Ofrecieron bienestar en libertad, enjaularon sus sueños y coartaron su voz, su acción. Ellos, los más necesitados, esperanzados en el cambio, ellos han enfermado.
El pueblo fue secuestrado con falsas promesas. Sufre un trastorno sicológico. Una enfermedad confusa que los torna en contra de sí mismos, sus sueños y esperanzas, de su propia vida.
Creen que las imágenes repetitivas, las palabras en las ondas radiales, las propagandas baratas, son la realidad. Sufren el impacto del Síndrome de Estocolmo, están tan intoxicados de sufrimiento, que ya no distinguen entre el bien y el mal. No pueden discernir entre la verdad y la mentira. No saben quién tiene la razón. La gran burla de la que sufren es un simple irrespeto humano hacia un grupo de dignos necesitados de una realidad diferente.
Adictos a una droga populista. Co dependientes de verdaderos enfermos de poder. Presos, secuestrados aún o, en plena liberación, pero comprensivos, perdidos en el abuso de poder de quienes se llaman mandatarios y han olvidado a quien se deben, intentando perpetuarse en su sueño de poder ante el miedo de lo que se les viene encima.
No todos fueron secuestrados, no todos sufren del Síndrome de Estocolmo y eso para el resto es una la real esperanza. Se mantienen en pie, la victoria de los cuerdos llegará pronto.
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