El caso de México respecto de la violencia liderada por el narcotráfico es muy diferente y distante de lo que sucede en Ecuador. Sin embargo, en lo relativo a la libertad de expresión y a la autocensura, puede haber un elemento común en los dos casos: el temor a informar o expresar una opinión. Un mecanismo interno- corporativo o individual- que conduce a un silencio convertido en refugio de sobrevivencia física o moral de directores, periodistas y columnistas.
Aunque faltan todavía elementos para sistematizar un sólido ensayo político sobre esta situación en el Ecuador, es posible adelantar la hipótesis de que es un fenómeno que se produce en sociedades donde el poder engulle al Estado de Derecho y a sus instituciones dejándolas en meras entelequias. Las razones habrá que escarbarlas en el absolutismo que sobrevino luego de le Edad Media, o en los esquemas nazistas o fascistas que pretendieron dominar el mundo en el siglo XX; pero, cuando hablamos que no hay función legislativa y judicial independientes y los órganos de control son un retrato, estamos hablando de lo mismo.
No hay que descartar que el Ecuador esté al borde de esta situación o que haya caído en la misma. El poder está concentrado en un solo colectivo en el cual confluyen la administración de la economía más fuerte de la historia y todo el orden estatal está a su mandar. En estas condiciones, en los próximos años no debiera ser objeto de estigmatización el ejercicio del silencio. Así lo entendieron los periodistas en el sur del continente, luego de la llegada de Pinochet y Videla, hasta que lograron descubrir las rendijas del poder.
Por esto es importante repasar un artículo de la periodista mexicana Carmen Aristegui, en ‘La tres y cuarto’, el 21 de noviembre del 2008, en el que relató con lucidez el mecanismo de la autocensura: “¿Por qué atacaron con granadas las instalaciones del periódico El Debate, de Culiacán? ¿Qué fue lo que publicaron? Pregunté, esta semana, al dueño de otro importante diario del norte del país. “Pues, nada. No publicó nada… ya nadie de nosotros está informando nada desde hace tiempo… no entendemos qué pasó… los agredieron sin motivo aparente… ellos tampoco lo entienden… no hubo amenazas ni explicación”. ¿Por qué los atacan, entonces? “Tal vez para ‘calentar’ la plaza”. Así, sin más. Sin amenazas. Sin explicación. Sin “motivo”…“Hace pocos años, cuando fue desaparecido el joven reportero Alfredo Jiménez Mota, el director de El Imparcial de Sonora anunció, con todas sus letras, la decisión institucional del periódico para dejar de informar sobre narcotráfico y delincuencia organizada. No hay garantía para nuestro trabajo, recuerdo que dijo consternado. Ellos lo dijeron de frente, otros simplemente han declinado. Periódicos y periodistas deciden, en conciencia, la autocensura”. Es necesario insistir en que el escenario de los dos países es muy diferente, pero el mecanismo del silencio puede funcionar igual.